martes, 9 de diciembre de 2008

Recuerdos de la Guerra III

foto tomada de www. telephonearabe. net
A continuación, traeré a colación dos escritos que envié a eltiempo.com, desde el Líbano. Solo el primero de estos fue publicado:

Viernes, 14 de julio de 2006

“Beirut, y en general todo el territorio Libanés, en estos momentos, parece un territorio fantasma. La gente que habita en la capital se ha aferrado a sus hogares y no quieren salir. Estar en la calle puede ser incluso más peligroso que estar adentro. Los turistas hospedados en los hoteles capitalinos fueron evacuados hacia el vecino país de Siria. Los universitarios se devolvieron a los pueblos, a las casas de sus padres. Israel ha arremetido contra la infraestructura Libanesa, dividiendo al país en dos.

Yo me encuentro lejos, en el Valle del Bekaa y aquí, hasta ahora, todo está tranquilo. Pero Israel ataca indiscriminadamente cualquier punto del país y a civiles. Lo más cerca que han llegado a donde yo estoy es en el centro económico del Bekaa, ubicado en el oeste del país, en Chtaura. En Dahr el Baidar, el camino que comunica a Beirut con el Valle del Bekaa, había un puente que fue bombardeado. Dicho puente no llevaba más de cinco años construido y era un enorme avance tecnológico para este país. Es aterrador observar como un puente recorrido tantas veces en estos momentos haya quedado en escombros.

Hasta el momento las pistas del aeropuerto de Beirut, Rafic Al Hariri, fueron bombardeadas. Después bombardearon la reserva de combustible del aeropuerto. Sin embargo, esta mañana cinco aviones del Middle East Air salieron por una única pista que quedaba intacta. Luego, la bombardearon. En los noticieros libaneses hay una confusión terrible, presentan imágenes desgarradoras de niños inocentes que han muerto en un conflicto que no comprenden. En las imágenes televisadas de la capital se ve alguna gente humilde con bolsas y maletas en mano, esperando ser ayudados. La Beirut que costó tanto tiempo reconstruir después de la guerra ha vuelto a ser golpeada.

Somos muchos que, como yo, venimos desde lejos a visitar a nuestras familias. En estos momentos no tenemos mucho qué hacer, solo tener paciencia para ver cómo podemos volver a casa, pero con el temor de dejar a nuestros seres amados acá.

Mis padres, mis abuelos y mis tíos afirmaban, en un principio, que esto era normal. Normal para ellos que habían vivido la guerra de primera mano. Sufrieron la inclemencia de Israel, una opresión injusta durante tanto tiempo. Sin embargo, ahora hasta los más tocados por las guerras pasadas están alarmados. Esto, sin duda, ha salido de proporción. Todo empezó como una ofensiva militar. Hezbolá secuestro dos soldados israelitas, para intercambiarlos por rehenes árabes secuestrados en Israel. Por su parte, los Israelitas, en vez de responder militarmente, han traspasado todos los límites de lo humano. Han puesto a temblar a un país que luchaba para dejar de lado las cicatrices de la guerra.

Solo para el día de hoy, aproximadamente, la suma va en 64 muertos, 200 heridos. Las víctimas principalmente son los pobres. Aquellos que siempre llevan las de perder. Los que se encuentran en la frontera están atemorizados, no tienen a donde ir. Mientras que en Israel hay Bunkers, acá no hay donde esconderse. Solo queda rezar para que una bomba no acabe con sus vidas.”

Domingo, 16 de julio de 2006

“Todo parece indicar que hoy es mi último día en el Líbano. Si todo sale bien, mañana saldremos hacía Siria para tomar un vuelo rumbo Paris. Si me voy, me voy mitad triste y mitad contenta, con el corazón dividido por dejar al resto de mi familia acá.

La ofensiva israelí no para. Ayer bombardearon la frontera con Siria. Ellos afirman que no lo hicieron, nosotros sabemos que sí. Ahora, Hezbolá contraataca. Han pegado en Haifa, importante ciudad costera en Israel. Muchos afirman que ese contragolpe tendrá como resultado una de dos cosas: que la guerra siga o que se detenga. Yo estoy contando con la segunda.

En estos momentos bombardearon dos hospitales en el sur, en Jabal Amel. Qué infamia, qué dolor. ¿De cuándo acá los enfermos y los heridos son objetivos militares?

En los supermercados los precios han subido y la gente está comprando en grandes cantidades, por qué no se sabe lo que puede pasar. Acá ya vivieron años de guerra y saben que en tiempos difíciles la comida escasea. Las universidades libanesas han enviado correos a sus estudiantes; en el primero afirmaban que las clases seguirían como si nada, pero que entendían si algunos no podían llegar; el segundo dejaba la posibilidad abierta de suspender los cursos de verano, debido a la guerra. Sigue habiendo confusión en cuanto a cómo se debe seguir llevando la vida.

En lo personal, me tranquiliza contar con una embajadora colombiana que está atenta a todo lo que está sucediendo con nosotros. La embajada colombiana en el Líbano, sin duda, se ha manifestado. Según sus registros, somos 1000 los colombianos inscritos, contando, casi todos, con la doble nacionalidad. Georgina El Chaer Mallat, la embajadora, desde el principio ha sido una amiga personal, ahora, un apoyo en toda esta travesía. Ella, sin duda, ha estado pendiente de los colombianos que a ella hemos acudido. Afirma que son muchos los que la han llamado y ella está atenta a las solicitudes, buscando una forma como ayudar. La señora embajadora me comenta que ha mantenido comunicación abierta con la cancillería colombiana, y, en conjunto, están haciendo todo lo posible por ayudar a los colombo-libaneses que nos encontramos acá. La embajada cuenta con la posibilidad de evacuar a los colombianos interesados en salir de Beirut hacia Siria, y han pedido a las autoridades libanesas que aclaren qué garantías pueden ofrecer para asegurar un apoyo terrestre. Georgina El Chaer Mallat está desarrollando una labor admirable y es en estos tiempos difíciles donde uno puede apreciar que la embajada colombiana en el Líbano se ha esforzado para conseguir el beneficio de los ciudadanos que se encuentran en el país. Incluso, para el 20 de julio de este año la embajadora tenía previsto realizar una fiesta para inaugurar oficialmente la calle República de Colombia, en pleno centro de Beirut. Ahora, ese sueño queda congelado por un tiempo. Primero hay que reconstruir, una vez más, la Beirut hermosa que apenas resurgía de los estragos de las guerras pasadas.

Desde aquí, no me queda más que esperar y rezar para que la guerra llegue a su fin. Que la ONU se manifieste y haga cumplir sus resoluciones para que, así, todos los pueblos árabes consigan la paz duradera tan anhelada. Sin duda, debo dar gracias por haber tenido esta oportunidad única de vivir el conflicto, lo suficientemente cerca, lo suficientemente lejos.”

Ahora, más de dos años después, intento agrupar todos estos recuerdos de esa guerra horrible que nos tocó vivir. Me pregunto si ustedes, mis cómplices lectores, tienen algo que decir. ¿Alguno tiene recuerdos de esa guerra o de alguna otra igual de atroz? ¿Alguno ha sentido alguna vez una impotencia tan fuerte que los domina? ¿Alguno se ha quedado, como yo, sin comprender el porqué de tantos muertos, de tanta sangre? ¿Alguno siente miedo de que la misma historia se vuelva a repetir?

Recuerdos de la Guerra II

foto tomada de www. warshooter. com

Al día siguiente y con el paso de los días la preocupación aumentó en desmedida. Mi tía y primos llegaron de Chtaura (otra ciudad muy cerca de Zahle). En esos días la alegría y la incertidumbre se mezclaron. La familia estaba junta, unida muy unida. Sin embargo, la preocupación era terrible. Dos de mis tíos permanecían aún en Chtaura, cada uno con sus hijos mayores. Ellos son dueños de una importante clínica y, sin ser médicos, tenían una responsabilidad grandísima con sus trabajadores y con las personas heridas que requerían su ayuda. Fue precisamente ahí, a ese hospital, adonde llegaron despojos mortales de muchos inocentes que perecieron en la guerra.

Mi prima, que se iba a casar, no puedo hacerlo en ese momento. El hermano de uno de mis tíos maternos, que visitaba el Líbano por después de mucho tiempo, sentía los bombardeos zumbándole en los oídos. Nosotros no pudimos terminar de comprar los regalos, no pudimos ir a Beirut de paseo con mis primos, no pudimos volver a dormir.

Son muchos los recuerdos borrosos que tengo de esos momentos. Recuerdo risas entrelazadas con lágrimas. Recuerdo que el miedo me tocaba el hombro y se burlaba. Recuerdo las espantosas imágenes en el televisor. Recuerdo la preocupación de mi familia materna en Colombia. Recuerdo historias terribles de jóvenes que iban por la carretera en sus carros cuando un misil les cayó encima. Recuerdo oír de los bombardeos que acababan poco a poco con ese Líbano amado que de las cenizas de guerras pasadas tuvo que resurgir. Recuerdo que no sabíamos en que momento íbamos a salir del Líbano. Recuerdo que no sabíamos por dónde íbamos a hacerlo. Recuerdo que me moría por irme pero que a la vez daba la vida por quedarme. Recuerdo claramente a mi abuelo, por que esa fue la última vez que lo que lo vi. Recuerdo tanto que a la larga, siento que no recuerdo nada. Solo fragmentos que me atropellan la memoria y que aparecen de vez en cuando y de cuando en vez.

Al cabo de unos días, decidimos salir por la frontera con Siria. En ese país, tan amado por mi padre, permaneceríamos los últimos días de estancia en el Medio Oriente. Nos despedimos de mi familia, empapados de lágrimas. Uno a uno los besé y los abracé y para mis adentros rezaba para volverlos a ver. Adiós a mis abuelos, a mis tíos, a mis tías, a mis primos, a los empleados de mis abuelos. Adiós a todos, o mejor, un hasta pronto.

El plan era el siguiente: uno de mis tíos nos llevaría hasta la frontera con Siria, con otro de ellos nos encontraríamos allá para entregarnos los pasaportes y luego un carro del gobierno Sirio nos recogería para llevarnos hasta el hotel. Parecía un plan muy sencillo de nombrar, pero terriblemente duro de vivir.

Yo no paré de llorar en todo el trayecto. Tenía miedo de dejar a mi familia allá. Tenía pavor que algo les ocurriera a mis tíos cuando se estuvieran regresando, luego de habernos dejado. Me partía el alma ver a la gente de bajos recursos en las calles, con sus colchones y maletas, esperando algún tipo de ayuda. Yo le daba gracias a Dios por ser tan afortunada y lloraba y rezaba por los que no lo son.

Esos días en Siria fueron duros. Recuerdo haber dormido mucho apenas llegamos al hotel. Recuerdo llamadas de medios de comunicación colombianos que querían saber de primera mano cómo sus compatriotas vivían el conflicto en la distancia. Recuerdo a mi padre caminando de un lado al otro buscando pasajes, para alcanzar la conexión que teníamos en Paris. Recuerdo llanto, mucho, muchísimo llanto.

Llegamos al aeropuerto de Damascos al fin. Fue desgarrador ver a la gente tirada en el suelo por qué les habían revendido los pasajes. Todos queriendo escapar de esa horrible tragedia que nos dolía a todos los árabes y a los no árabes por igual. Nosotros salimos por Teherán. Recuerdo el miedo de llegar ahí y de volar sobre Irak. Recuerdo la impotencia por que ni siquiera podíamos comprar agua. Ahí no hablaban ni árabe, ni inglés, ni español. Llegamos a París y por fin puede respirar. Abordamos un vuelo hacia Bogotá y al pisar suelo colombiano recuerdo que sonreí y mi risa se confundió con mis lágrimas. Llegamos el 20 de Julio al país, una irónica coincidencia mezclada con un grito que clamaba libertad.

Recuerdos de la Guerra I

Yo, con 22 años de edad, jamás pensé que sentiría de cerca la respiración acechante y con olor a azufre de la guerra. Mis vacaciones estaban próximas a terminar. Llevaba un poco más de un mes en el Líbano, disfrutando de unas vacaciones felicísimas con mi familia. Todos los recuerdos, hasta ahí, eran de segundos disfrutados al máximo. Solo faltaba una semana para regresar a casa. Solo una semana para volver a esa Colombia que en la distancia me hace tanta falta.

El 12 de julio del 2006 el sol brillaba fuerte en el Karaoun (pueblo de mi padre, de mis abuelos y mío, muy mío). Nos faltaba terminar de hacer las últimas compras, buscar los últimos regalos para traer de vuelta y nos sobraban ganas de pasear para romper con las horas llenas de monotonía. Mi madre, mi hermana, mi prima y yo habíamos decidido ir a Zahle (ciudad cristiana, llena de comercio) en la tarde. Un poco antes de irnos, mi padre y dos de mis tíos veían televisión atentamente. Al preguntar qué pasaba, ellos me respondieron que Hezbolá había secuestrado dos soldados israelitas, para luego intercambiarlos por rehenes árabes. En esos momentos, una sonrisa algo maliciosa, debo admitir, se posó sobre nuestros labios. Esa sonrisa que surge luego de años de una lucha absurda, de un derramamiento de sangre innecesario y un rencor adquirido y guardado a lo largo del tiempo. Cuando nos disponíamos a salir de paseo mi padre se preocupó y nos advirtió: “No se vayan lejos”. Una advertencia clara debido a que él ya sabía algo que nosotras no: Israel había dado inicio al bombardeo.

Atrevidas e ingenuas, como solemos ser las mujeres en algunas ocasiones, decidimos llegar hasta Zahle, que quedaba a una hora de distancia. Recuerdo con claridad que el movimiento en la ciudad era el mismo de otros días. La gente trabajaba sin inmutarse, ni darse por enterados de lo que estaba sucediendo. Todos seguían con su rutina si imaginarse, siquiera, la pesadilla que estábamos próximos a vivir. Luego de algunas horas, sonó el celular de mi prima. Era mi padre, bastante alterado, rogándonos que nos regresáramos. Decidimos entrar a una última joyería y ahí preguntamos sobre los recientes bombardeos. Uno de los hombres solo atinó a decir: “Sí, acaban de bombardear el aeropuerto cerca de aquí”. Lo dijo con un aire tan tranquilo, que nos hizo preocuparnos. Una a una empezamos a palidecer, nos montamos en el carro y tomamos rumbo apresurado hacia el Karaoun.

Una vez ahí, llegó el regaño, bien merecido, por parte de mi padre y de mis tíos. Regaño que fue mitigado al sentarnos frente al televisor y ver las desgarradoras imágenes que aparecían ahí. Llegó la noche y dormimos. Creo que fue la última noche de esos días en la dormimos bien. Creo que lo hicimos en parte por qué no sabíamos con certeza lo que se había desatado ese día. No teníamos ni idea del infierno que serían los próximos días…

La Responsabilidad Social del Comunicador

Sin duda alguna, los comunicadores sociales ejercen una de las profesiones con mayor credibilidad a lo largo del planeta. En ellos se encuentra la posibilidad de recrear una realidad, desconocida para muchos, ya que son ellos los que tienen facilidad para recibir información sobre lo que ocurre en el mundo para transmitírsela al resto de la humanidad. Los comunicadores, a través de los medios de comunicación, actúan de alguna forma, como la fuente de nuestros conocimientos e interpretaciones de la realidad. Es por esta misma responsabilidad innata en todo el que decide ejercer una profesión de comunicador que se debe ser muy cuidadoso y respetuoso con lo que se dice. El alcance de las palabras de los comunicadores y periodistas es inimaginable y llega hasta los lugares más recónditos del mundo, y va causando estragos inmensurables.
Los comunicadores del mundo entero han sido descuidados, irresponsables e irrespetuosos al difamar a una cultura, a una religión, a una raza, solo por complacer, aunque no sea de manera explícita, a una potencia devoradora de países, como los es Estados Unidos, que lo único que anhela es verse fortalecido luego de terminar su denominada “guerra contra el terrorismo”. Tomando el caso concreto de los árabes, o del Islam, como religión, específicamente, lo que se ha logrado es una satanización de este culto, para así lograr deshumanizar al mundo sobre lo que en realidad sucede, legitimando una guerra absurda contra países donde las zonas petroleras predominan. Vale la pena preguntarse, entonces, ¿si no hubiera petróleo en las tierras islámicas serían estas consideradas como tierras para invadir, por ser habitadas por terroristas?
Lo más triste de todo este asunto es que para suplir necesidades narcisistas de la tan denominada “potencia mundial”, los comunicadores sociales repiten mecánicamente una percepción negativa de los árabes y del Islam, reforzándola sin darse cuenta de que, lo que reflejan es una ignorancia total sobre el conflicto real y una falta de interés y preocupación por llegar a conocer el fondo del asunto.
Los árabes son gente buena y honrada que no se merecen el estigma que Occidente les ha dado. El Islam, más que una religión, es una forma de vida; es, sin duda, una religión tolerante que algunos cuantos fanáticos extremistas han llegado a pervertir. Los musulmanes alaban a su Dios que, a la hora de la verdad, es el mismo Dios de judíos y cristianos. Ellos son humanitarios, cuidan a su prójimo y están en contra de los actos terroristas que algunos cometen. La cultura árabe es inmensamente rica y ha hecho innumerables aportes a Occidente. ¿Por qué los comunicadores sociales, los ojos del mundo, no se ponen la mano en el corazón y se dedican a indagar el lado humano del conflicto? ¿Por qué no dan cabida a equivocaciones y manipulaciones por parte de la gran potencia? ¿Por qué no admiten que el error está en generalizar y castigar a todos por unos cuantos?
El Islam se presenta en la prensa occidental como una amenaza latente, como un grupo de bárbaros que no hacen más que ser suicidas bombas. Los occidentales, especialmente los norteamericanos, viven atemorizados con los árabes. Ahí es donde valdría la pena preguntarse ¿quién debería tenerle miedo a quién? ¿El árabe sentenciado y crucificado, proveniente de países subdesarrollados y sometidos a la voluntad occidental, o las potencias poderosas que los pisotean e invaden sus territorios?
Los comunicadores se han encargado de mostrar el terrorismo como algo innato a los árabes y a los Islamitas, divulgando informaciones e imágenes que están mas encaminadas a los sentidos que a la razón, y se basan en estereotipos truncando, así, una comprensión sincera y sensata de los fenómenos sociales que contextualizan cada hecho. Sería fácil concluir que el sentido, como tal, no estaría en divulgar la información con veracidad, sino, transmitirla de acuerdo con los intereses que se mueven ahí. El comunicador con un alto sentido social debería ser aquel que no tenga miedo, que no titubee a la hora de admitir que siempre hay otro lado más humano de cada historia, otro lado más profundo que “el imperio poderoso” no le conviene dejar ver.
Los invito, entonces, a que intenten dar respuesta a las interrogantes que planteo a continuación. ¿Por qué los comunicadores no se cuestionan sobre lo que sucede en realidad? ¿Dónde queda la ética y la responsabilidad social de los comunicadores del planeta al transmitir una concepción parcializada? ¿Por qué no consideran las consecuencias que sus opiniones generalizadas pueden causar?

Su Llegada a Occidente: Preguntas a Medio Responder


Los árabes y su cultura siempre han generado curiosidad en las personas de Occidente. Esto debido, en gran medida, a los aportes inmensurables que han hecho al mundo entero. Alrededor del último tercio del siglo diecinueve, una inmensa ola migratoria de árabes llegó a instalarse en este continente americano. Llegaron y permanecen, aún después de más de dos siglos, en países como Brasil, Panamá, Argentina, Venezuela y Colombia.

Hablaré, ahora, del caso particular de Colombia, mi país. Una nación atrayente para inmigrantes, que abrió sus brazos y acogió a los árabes como suyos. Un país que cuenta con un alto número de ciudadanos permeados por unos ancestros árabes, que llegaron hace ya mucho tiempo. Incluso muchos, de estos mismos ciudadanos colombianos, desconocen que parte de nuestra historia se encuentra matizada por la llegada de los árabes a nuestra tierra. Estos árabes que llegaron hace tanto hicieron al pueblo colombiano uno más tolerante, sensible y abierto a la diferencia y a la convergencia de culturas.

Como mi padre y mis tatarabuelos maternos, muchos otros árabes (libaneses, sirios, palestinos) decidieron tomar rumbo hacia Occidente, emprendiendo una aventura en busca de mejor vida, para ellos y su descendencia. Hombres y mujeres que dejaron atrás lo que conocían como propio, para adaptarse a una cultura distinta.

Por la Costa Atlántica, se dio vía libre al ingreso de estos ciudadanos provenientes del lejano oriente a nuestro país. Muchos decidieron dejarse seducir por las olas caribes y el calor costeño y asentaron sus vidas en ciudades como Santa Marta, Cartagena y Barranquilla; todas cercanas a Puerta Colombia, este puerto nacional que les brindó la primera imagen de Colombia. Otros tomaron rumbo hacia Bogotá, la capital, y hacia Cali. Los sirios, libaneses y palestinos, que llegaron a buscar mejor vida, se establecieron a lo largo del territorio nacional, exceptuando el departamento de Antioquia.

Tocaron cada ámbito de la vida nacional, influenciando cada fibra y cada aspecto. Tal es la influencia que los árabes tuvieron y siguen tenido en territorio occidental, que, hoy en día, hay un altísimo número de personalidades distinguidas provenientes de esta raza. En Colombia, hay políticos, artistas, comerciantes, empresarios y profesionales en casi todas las áreas. Son descendientes de una raza trabajadora que aprendió a jugársela toda por un país que los adoptó como propios.

Por desgracia, es poca la información concreta que existe sobre la llegada de los árabes a un país como el nuestro, donde la tradición oral prevalecía. Son poquísimos los estudios e investigaciones que se han realizado. Yo, en lo personal, quisiera saber todo sobre ellos. Quisiera saber por qué llegaron a Colombia. ¿Qué los atrajo hacia esta tierra tan distinta a la suya? ¿Cómo los recibió el país? ¿Quiénes son sus descendientes? ¿Qué hacen hoy en día? ¿Qué pensaban? ¿Qué hacían? ¿Qué sentían?

Son preguntas que, en ocasiones, responde mi padre, sin saberlo, cuando me cuenta una anécdota y la nostalgia nos golpea. Preguntas que se amontonan en mi cabeza cada vez que me encuentro con un paisano en las calles, cada vez que veo una mujer con su velo, cada vez que escucho ese idioma árabe que me suena a mis abuelos y me trae tantos recuerdos. Preguntas que se multiplican con el conocer cada relato e imaginarme cada situación. Preguntas que me hacen sentirme, cada vez más orgullosa de ser libanesa y de ser colombiana, a la vez. Preguntas que quisiera que ustedes, mis lectores, me ayudaran a responder.

Una imagen errada y prejuiciosa

En los últimos tiempos, los árabes se han visto enfrentados a un sinnúmero de discriminaciones y rechazos. En lo particular, siendo colombiana y árabe a la vez, me preocupa inmensamente la forma cómo, a nivel mundial, son retratados los árabes. Son distorsionados los imaginarios que se han planteado sobre ellos y la forma cómo los medios de comunicación y las películas los presentan, se aleja muchísimo de la realidad. Prejuicios errados son los encargados de señalar y castigar a una raza entera, por el mal comportamiento de algunos cuantos.

Después del 11 de septiembre de 2001, el mundo ha conocido a los árabes como una raza de desadaptados terroristas, cuyo fin único es acabar con el mundo occidental. Los árabes, además de ser considerados terroristas fanáticos han sido catalogados en perfiles negativos, dañando aún más su imagen. Se presentan como pobres trabajadores inmigrantes que son incapaces e incultos, o por otro lado, se presentan como un emir rico y poderoso. Con estas imágenes se evidencian verdades distorsionadas, extremas y a medio contar que son divulgadas y aceptadas por el resto del mundo.

Esta imagen distorsionada e injusta se debe, en gran medida, a la propagación de mensajes negativos que los medios de comunicación se han encargado de divulgar a lo largo del mundo. Estos cuentan con una gran credibilidad, teniendo la posibilidad de recrear una realidad, desconocida para muchos, ya que, son ellos los que tienen facilidad para recibir información sobre lo que ocurre en el mundo para transmitírsela al resto de la humanidad. Los comunicadores del mundo entero han sido descuidados, irresponsables e irrespetuosos al difamar a una cultura, a una religión, a una raza. Sería interesante preguntarse ¿Por qué será que los occidentales siguen considerándose multifacéticos, interdisciplinarios y con inteligencias múltiples, sin darse cuenta lo absurdo que es el concebir a los árabes como inferiores, reducidos a una de estas representaciones?

La imagen negativa que tienen los árabes en todo el mundo es de gran importancia para mí. Yo me siento supremamente orgullosa de ser descendiente de árabes. Si bien nunca me he visto enfrentada, en lo personal, a malos tratos por mi raza, sé de muchas personas de excelente calidad humana que, por el hecho de ser árabes, deben enfrentarse a situaciones inhumanas, con tal de demostrar que no son terroristas. La cultura árabe es inmensamente rica y ha hecho innumerables aportes a occidente, es por esto que quiero brindar una visión distinta a la que se conoce en este lado del mundo.

Los invito, entonces, queridísimos lectores a que plasmen en este blog su opinión. ¿Cuál es la percepción que tienen de los árabes? ¿Piensan que la imagen que se tiene de ellos en Occidente es realmente veraz? ¿Cuántos de ustedes han sido sometidos a discriminaciones debido a su raza o nacionalidad? No se queden callados. Todos aquellos que se sientan identificados, opinen. Quizás así, juntos, logremos algún día ser más tolerantes y cambiar una visión de mundo que nos divide, a los seres humanos, entre discriminadores y discriminados.