martes, 23 de noviembre de 2010

Sueños de nácar


Enrique Alberto Yidi Daccarett lleva en la sangre el amor por lo árabe. Nacido en Colombia el 24 de febrero de 1960, se siente palestino. Desde pequeño lo cautivó la música de sus ancestros que escuchaba con su abuelo materno. Tiene tres hijas, a quienes les ha transmitido la pasión por Oriente. Creó el Taller Palestina, que está ubicado en la vía 40, adentro de su empresa de venta de mármol, Euromármol. Es un espacio pequeño en donde los trabajadores utilizan máquinas especializadas y el nácar como el elemento principal para realizar sus obras.

Es un ingeniero y administrador de empresas que se ha preocupado por no perder las tradiciones de sus abuelos y fomentar espacios en donde la cultura sea valorada. Sueña con construir algún día el Museo del Nácar, en Belén (Palestina), y pasar a la historia como uno de los colombo-árabes que dejaron huella en sus dos patrias amadas.

Shadya Karawi Name: ¿Cuándo y cómo llegó su familia a Colombia?

Enrique Yidi: Bueno, mi familia emigró en 1911 de Palestina, ciudad de Belén. La salida de mi familia paterna, los Yidi, se debió al reclutamiento por parte de los otomanos de los jóvenes mayores de 15 o 16 años para que prestaran servicio militar en Turquía. Mi abuelo se vino de 15 años porque ya había sido seleccionado para el ejército. Él se embarcó en el puerto de Yafa y vino rumbo a Suramérica, exactamente a Colombia, porque un tío de él había llegado unos años antes y era su único contacto. En Puerto Colombia se reunió con el tío, quien lo acogió y montaron negocios juntos. Así fue como se radicó la familia Yidi en Colombia.

SKN: ¿A qué se dedicaron esos primeros Yidi?

EY: Cuando mi abuelo llegó, trabajó con el tío en ventas ambulantes e iban a Ciénaga, Fundación, Barranquilla y luego abrieron un almacén en Barranquilla, de artículos importados y nacionales. Con el tiempo se independizó y abrió una perfumería, luego un almacén de importaciones, ferreterías, encajes y más adelante formó una empresa, Industrias Yidi, pionera en Suramérica en la fabricación de cremalleras.

SKN: Cuénteme de la vida de ese abuelo…

EY: Se llamaba Emilio Yidi o Yamil Yidi. Aquí en Barranquilla, accidentalmente, conoció a Sabat Slebi, que venía prometida a un palestino radicado en Chile con el que sus familias habían hecho el acuerdo para casarse. Los Slebi hicieron escala en Puerto Colombia para visitar a unos parientes y se la presentaron a mi abuelo. Se casaron tan pronto deshicieron el otro compromiso. Tuvieron nueve hijos aquí en Barranquilla y los miembros de esa generación viajaron pocas veces a Palestina para vender las propiedades y, prácticamente, se perdió el contacto entre el mundo árabe o palestino con Colombia. De los nueve hijos, ninguno se interesó por conservar la cultura o el idioma. Se mantuvieron las costumbres básicas de esa migración, la comida, los festejos familiares, pero no hubo ningún otro aporte de este núcleo al desarrollo cultural, fuera de pertenecer a los clubes o fundaciones. Luego vino la segunda generación a la cual pertenezco, que tuvo 47 descendientes. Vuelve y se repite la historia: sólo yo me interesé en la cultura árabe. De resto, pareciera que Barranquilla no fue propicia para que germinara gente interesada en la cultura.

SKN: ¿A qué cree que se debe eso?

EY: Pienso que es más que todo cierto temor a ser discriminados. Muchos se cambiaron los nombres y los apellidos. Vivían como en ghettos, digamos, todos en la misma cuadra. Por eso fundaron los clubes. Había ciertos documentos, misivas, y artículos en los principales periódicos, que hablaban de esta migración y decían que iba a contaminar la sangre, iba a contaminar la “raza colombiana” y que iba a hacer un daño igual que los asiáticos, que los turcos, que los árabes (porque en algunos autores sí sabían la diferencia entre turcos y árabes). Todo eso ayudó a que se cerrara la comunidad.

SKN: Entre 46 primos indiferentes, ¿cómo nació esa inquietud por lo árabe?

EY: Bueno, mi abuelo de parte materna, que se llamaba Joussef o José Daccarett era una persona muy patriótica, un paisano arraigado a sus raíces. Él escuchaba todo el día una emisora en árabe; me acuerdo de un radio grandísimo con una antena poderosa para escuchar las noticias. Sólo oía música árabe, en los carnavales se disfrazaba de árabe y ayudó a fundar el club árabe. A mí me gustaba escucharle las historias sobre su vida, sobre lo que hacía en Palestina. Fue el lado materno el que me despertó el amor hacia la cultura árabe. Empecé a visitar los países árabes a los 16 años. De ahí comenzó mi interés por la causa palestina. En Estados Unidos, donde hice mis estudios universitarios, tenía un grupo pro Palestina.

Al llegar a Colombia de Estados Unidos, a los 21 años empecé a trabajar con Patricia Abuchaibe. Era su mano derecha para organizar todas las actividades árabes. Hicimos un centro cultural y abrimos una oficina dedicada a la causa palestina, que duró unos cinco o seis años. Hacíamos muchas actividades, pero como todo aquí, la gente empieza con unas ganas y se queda a medio camino. Además, siempre nos asociaban a un movimiento político y eso terminaba por acabar toda iniciativa de agrupar a los árabes. Tal es el caso del Club Alhambra, que fue el primer club de los árabes; precisamente se acabó por una pelea de abuelo materno, en ese entonces era el Cónsul de la República Árabe Unida, quien en un discurso provocó a la comunidad libanesa. Una pelea tremenda porque propuso la República Árabe Unida. Posteriormente, nacieron muchas otras asociaciones en Barranquilla: la Casa del Líbano, la Casa Cultural Libanesa, pero nada perduró. El único legado que dejaron aquí los árabes son unas pocas obras en la ciudad de Barranquilla: que la estatua, que el escudo, las donaciones que hizo Muvdi. Fuera de eso, el aporte árabe se dio más en lo económico, en lo político, en ámbitos diferentes al cultural.

Hay que reconocer que los primeros inmigrantes árabes no eran muy cultos, no habían gozado de libertad de expresión y no se habían desarrollado en el mundo cultural. Era un árabe que llegaba preparado para enfrentar la vida con todos los riesgos; su familia era el núcleo y la cultura nunca fue para él algo importante.

SKN: Bueno, después de hablar en general de los árabes, ¿Qué tanto tiene usted de árabe y qué tanto de colombiano?

EY: Soy colombiano quiero este país pero mi corazón está allá en el mundo árabe. La cultura árabe me fascina. Siempre he vivido en torno de ella y por eso me he embarcado en varios proyectos para dejar un legado cultural. No a Colombia, porque aquí las culturas foráneas no tienen el interés. Mi trabajo siempre ha estado enfocado a aportarle sobre todo a Palestina porque ha sido un país que se perdió totalmente: su cultura fue borrada, sus museos fueron aniquilados; todo ha sido usurpado y destruido. He notado que en el transcurso de mi vida varias fundaciones de sionistas han hecho mucho en pro de destruir el legado palestino cultural. La política que tiene Israel actualmente es de hacer Palestina un solo país, al tipo de Suráfrica, con segregaciones y campos repartidos y controlados.

Mi primer proyecto es crear el Museo de Nácar en Belén, y en ello vengo trabajando los últimos quince años. Hoy poseo una colección de más de tres mil piezas antiguas. Hace tres meses viajé para proponerle el proyecto a cinco instituciones, una de las cuales se interesó. Tengo una publicación de la Colección Yidi de Madreperla y la llevé Palestina para ofrecerla. En la parte editorial, tengo un libro publicado y tres en prensa. Los borradores de estos libros se los llevó Karen David a Jordania donde se buscará un editor.

SKN: ¿Qué es el Taller Palestina?

EY: Es un taller que hace doce años fundé a raíz de que no se encontraban en el mercado piezas de origen palestino. Me había propuesto crear un museo y al ver que no había piezas y las que había en el mercado eran muy costosas, fundé el taller para rescatar las tradiciones palestinas de la talla del nácar que desaparecieron. Empecé a reproducir las distintas piezas de los diferentes museos del mundo para que la gente pudiera conocer las piezas que se produjeron en los talleres palestinos.

SKN: ¿Qué simboliza el nácar?

EY: El nácar simboliza a los palestinos. Fue el medio principal de supervivencia para la ciudad de Belén desde el siglo XVII. Durante la ocupación otomana no se permitía tener tierras, se cultivaba muy poco: la única entrada económica de la gente de Belén era el turismo religioso, por ser considerado el lugar donde nació Jesús. Allá los palestinos empezaron a vender objetos de culto católico y ortodoxo a los peregrinos como forma de manutención. Durante cuatro siglos pudieron sobrevivir con este arte que fueron refinando hasta volverlo apetecido por reyes, emperadores y personajes importantes de todo el mundo. Así está documentado en el libro El Arte de Tallar en Nácar en Palestina. Decían que en esa época el 40% de la población de Belén vivía del nácar. Fabricaban miles de rosarios, por ejemplo, que iban camino a Francia, Alemania.

SKN: ¿Qué se han hecho esas obras de arte?, ¿quién las tiene?

EY: Yo tengo dos piezas que hechas en el Taller Palestina. El taller produce réplicas, hace reproducciones de las piezas que están en museos donde no se pueden fotografiar ni se pueden ver porque las tienen guardadas en bodega. Hace tres meses, fui a hacer un avalúo de las piezas de origen palestino del Vaticano. Ellos las tenían guardadas en bodegas subterráneas y nunca han salido a la luz pública. Yo documenté esa colección y estoy reproduciendo las piezas más importantes. Pero son piezas que no están en venta, las estoy haciendo para el proyecto del museo. Luego me invitó el Rey de España al Palacio Real en Madrid y conocí la colección de Tierra Santa, que perteneció a Alfonso XII y a Alfonso XIII, del padre del Rey Juan Carlos, con piezas de los últimos tres siglos. Es una colección de unos 170 objetos que no están a la luz pública. Me permitieron fotografiarla, la evalué y estoy reproduciendo las piezas más importantes. Lo mismo hice en Italia, en Assisi, en La Verna, en Rimini, en los monasterios. Hoy tengo 140 reproducciones de algunas de las más significativas. Voy a empezar un crucifijo de 3,20 metros de altura, único en el mundo, que se encuentra en la isla italiana de Capraia, y fue traído de Palestina en el siglo XVII. Por otro lado, tengo encargos para muchas obras que han ido a presidentes, a ministros, personajes reconocidos. Estas sí se elaboran y se venden. Esa venta financia en parte la compra de lo que compro en anticuarios o a coleccionistas privados. Hoy tengo unos 3000 y pico de objetos de nácar antiguos, además de las fotografías para hacer la Colección Yidi en Madreperla, base para el futuro museo en Palestina.

SKN: Actualmente hay dos esculturas en nácar en la Gobernación del Atlántico.

EY: Sí. Una fue la que trajo aquí en 1923 uno de los grandes maestros de la talla del nácar en Palestina, y la otra fue hecha en mi taller, en conmemoración del centenario del departamento. También he tallado obras que están en la colección del rey de España, en el Vaticano, en el Museo de la Madre Perla en Australia, en Rimini, en Venezuela. Actualmente, estoy haciendo una pieza para el Presidente Lula da Silva, que debo terminar en tres meses.

SKN: ¿Cómo combina la cultura árabe y la colombiana?

EY: Es algo interesante porque las personas que están trabajando conmigo desde hace doce años son todas colombianas. Es algo que ha sorprendido porque es el único taller del mundo que está haciendo este trabajo. Inclusive ahora que estuve en Palestina llevé un trabajo para el Patriarca Latino de Jerusalén. La cita era cuatro días después de mi llegada y tuvimos la oportunidad de que exhibieran la pieza antes de entregarla en Belén; y la gente no podía creer que esto lo habían hecho colombianos con antiguas técnicas que desaparecieron 200 años. Lo que más les impactó fue que un país tercermundista casi desconocido, tenga hoy en día el laboratorio más importante que ha preservado todas estas técnicas para poderlas trasplantar a Palestina cuando sea libre y soberana.

SKN: ¿Cree usted que Palestina algún día va a llegar a ser libre?

EY: Tengo mis dudas. Tal vez en vida no lo vaya a ver, pero llegará el momento en que se dará porque es un problema que lleva 60 años y la idea de los judíos es prolongarlo otros 20 o 30 años más. Para ese momento, un 25% de Palestina estará más colonizada y ya no se podrá desplazar más de un millón de personas. Los asentamientos lo están haciendo de una manera en que no pueda haber conexión entre toda la tierra palestina. O sea, a Israel le interesa seguir con el proceso de paz fallido, pero dando pocas esperanzas; veo con escepticismo un acuerdo. Para Israel, ya es la tercera generación que nace en Israel y para los palestinos, es la tercera generación que nace fuera de Palestina. Pienso que en los siguientes veinte años no habrá un estado palestino soberano.

SKN: Usted se interesó también mucho en la arquitectura árabe.

EY: Hace tiempo quise introducir la arquitectura árabe aquí en Barranquilla y comencé a hacer obras con un cierto toque árabe, como el Hotel Majestic, el Club Campestre, el Consulado de Siria, el Centro Comercial de la setenta y algunos apartamentos del norte de barranquilla. El interés era difundir la arquitectura árabe para demostrar que por aquí pasaron los árabes. Es una forma de dejar vestigios, porque la única presencia árabe que hay en esta ciudad son los restaurantes, y el Club Campestre, que estaba a punto de desaparecer y ahora está en remodelación. Aquí ha faltado también filantropía, personas desprendidas que hagan donaciones. Hay personas de la comunidad árabe con muchísimo dinero, pero no han aportado nada a la comunidad: no han hecho una escuela, un centro cultural ni han promovido la cultura árabe. En otros países, como en Chile o en Brasil, las comunidades donan para hacer un museo, un centro cultural, para intercambio de estudiantes, para publicaciones de libros. Muchas personas de la comunidad han querido publicar, pero no han tenido apoyo.

Hace seis años empecé una expedición por las costas de Colombia para hacer un inventario de los caracoles de profundidad en el mar Caribe colombiano. Ya el libro está terminado, lo mandé a Italia porque allí hay un montón de editores interesados, que no encontré en Colombia. Esto es un aporte científico porque son más de 100 caracoles nuevos que he descubierto para Colombia y para el mundo, de los 1.600 clasificados en el país. Cuando comenzó el colegio Colombo Árabe me acuerdo de que la ilusión era que la misma comunidad matriculara a sus hijos porque se les iba a enseñar el idioma y las costumbres árabes. Pero no fue así. Talel Karawi su fundador, creía que este iba a ser el colegio de la comunidad, y que en torno a él se haría una mezquita, un club. La sorpresa es que después de fundado el colegio, nadie en la comunidad le dijo: “—Mira Talel, voy a apoyar, voy a meter a mis hijos, es un orgullo que haya un colegio que se llame el colombo árabe”. Nada de eso pasó. Los árabes aquí pasaron levemente por la historia como pasaron los alemanes, los franceses, las otras migraciones.

En Barranquilla, y en este país, ocurre algo muy particular y es que la gente aquí se mezcla muy rápidamente y se adapta al nuevo medio, abandonando su legado cultural. El trópico produce esa transformación que no ocurre en otros países latinoamericanos. Por estar en la línea del Ecuador, quizá, el trópico ha hecho que las personas no se aferren a sus raíces, sino que las dejen y asimilen la nueva cultura.

SKN: ¿Qué es lo más difícil o lo más doloroso de ser un colombo-árabe?

EY: Hace 60 años sí era difícil, hoy en día no creo que los colombo-árabes se sientan discriminados. Se han integrado totalmente a la cultura, a la ciudad, por lo que mencionaba antes. Pienso más bien en la falta de orientación cultural, del reencuentro con sus raíces de las nuevas generaciones. Si la “segunda oleada” no hizo nada, la “tercera” no tiene dónde fijar la cultura para transmitirla a la cuarta y quinta generaciones. Fuera de los apellidos y de la comida, aquí los árabes pasaron y no dejaron absolutamente nada fuera del desarrollo industrial y comercial. Lo cultural ha sido la parte débil de esta migración.

SKN: ¿Y lo más gratificante de ser colombo-árabe?

EY: Hombe, lo más gratificante es sentir que uno pertenece a dos mundos paralelos. Eso te da una perspectiva de ver las cosas desde dos puntos de vista, desde dos ópticas diferentes, de conocer dos idiosincrasias y dos culturas que aquí se han fusionado. Creo que se ha ganado libertad de pensamiento, que no se tenía con la primera y la segunda oleadas; esa posibilidad de hablar libremente sobre el mundo árabe. Antes se decían las cosas con temor, por miedo a ser discriminado. Hoy en día, Colombia ha sido uno de los pocos países en el mundo que ha abierto sus puertas no sólo a los árabes, sino a diversas culturas que se han integrado perfectamente gracias a la hospitalidad de los colombianos. Se están recogiendo esos frutos porque hay un gran número de descendientes colombo-árabes, que superan en esta ciudad los 30.000, pero todavía no se ha explotado el potencial de esta población. Se podría crear, por ejemplo, una cámara de comercio colombo-árabe con el fin de traer empresarios. Hay un mundo allá de más de 600 millones de personas que tienen poder adquisitivo y Colombia no ha aprovechado esta migración para crear nexos con el mundo árabe.

SKN: ¿Cómo le ha enseñado el amor por lo árabe a su descendencia?

EY: Eso lo ven en casa. Lo que uno les enseña son las buenas costumbres, el respeto a la familia, a los mayores, que son los pilares fundamentales. De resto, las costumbres, la comida, son cosas que ellos se van formando. Pero lo más importante es el respeto, la hospitalidad, que es muy de los árabes. Fuera de eso es muy poco lo que uno puede inculcar porque no existe siquiera una cátedra árabe, como hay en muchas universidades de Suramérica, donde uno pueda decirle a los hijos que vayan a hacer un curso de seis meses sobre la cultura árabe. Hoy en día viajar es más fácil viajar, en 14 horas estás en cualquier país árabe; además de internet, las comunicaciones, los periódicos. Hay más facilidades de tomar esta descendencia y culturizarla, devolverle el amor a sus raíces.

SKN: ¿Qué hay del museo de ciencias naturales que piensa donar?

EY: Como colombo-árabe pues yo creo que el mayor legado que voy a dejar aquí en Colombia va ser la colección más completa de moluscos, los caracoles del mar Caribe colombiano. Es una colección que voy a dejar al gobierno colombiano. También el libro que estoy aportando de 1.600 especies para Colombia de las cuales hay más de cien que son primeras especies que se encuentran en Colombia. Ya la colección la tengo registrada en el Instituto Humboldt en Bogotá.

Yo aquí en Barranquilla intenté crear un museo de ciencias naturales. Lo dejé en el zoológico y duró allá tres años. No se dieron las condiciones porque el zoológico no se vio interesado, pero era otra de mis ilusiones porque tengo mucho contacto con todos los museos del mundo y podían donarme muchos fósiles, caracol, de insectos para crear el primer museo de ciencias naturales en Barranquilla. Esa es una frustración, pero tengo esa colección guardada y espero que algún día, si se dan las condiciones, sea otro legado que pueda dejar yo como colombo-árabe a la ciudad de Barranquilla.

martes, 16 de noviembre de 2010

El sabor de Palestina


Hasan Nofal salió de Palestina en 1967 y llegó a Colombia con la esperanza de obtener una mejor calidad de vida. Aquí conoció a su esposa y tuvieron cuatro hijos que han mantenido viva la cultura del mundo árabe que su padre les transmitió. Nofal, como muchos de los árabes que llegaron a territorio colombiano, se dedicó al comercio. Posteriormente, descubrió que su verdadera pasión era la comida. Considera que su restaurante El Khalifa es una embajada que representa dignamente la cultura del Medio Oriente. Afirma que la práctica es la que le ha dado la habilidad para la cocina y que el ingrediente más importante para que un plato sea exitoso es el amor.

Shadya Karawi Name: ¿Cómo fue su llegada a Colombia?

Hasan Nofal: El destino afortunadamente me trajo a Colombia en 1967. Cuando entré tenía una visa de estudiante y casi no me dejan de entrar. Éramos seis, los otros eran mayores y venían con otro tipo de visa. Yo me puse a llorar y cuando me vio el cónsul me dio la visa. Yo tenía un tío que vivía aquí y empecé a trabajar en el comercio. Vendía puerta a puerta, inicialmente en Bogotá y después en Boyacá. A los dos años de haber llegado abrí un almacén con unos amigos en la séptima con 18. Lo llamamos Almacén Libia y vendíamos ropa para dama y para caballero. En 1970 se fue uno de los socios fue para Estados Unidos y convinimos en que yo iba después. Saqué la visa, me fui para allá y me quedé tres meses. Toqué puertas en Nueva York, en Detroit, Michigan. Después salí por accidente a la frontera con Canadá y no me dejaron volver a entrar. Me tocó regresar a Colombia y seguí con el almacén. En 1973las cosas estaban un poco difíciles en el comercio y cambié el almacén por un restaurante.

SKN: ¿En donde abrió el restaurante?

HN: En la carrera 7ª con calle18, en 1973. Duré ahí hasta 1984, cuando decidí abrir un restaurante. Así empezó El Khalifa, y actualmente es un centro de encuentro que representa a la cultura árabe y a la cultura del medio oriente. Es algo muy representativo y yo me siento muy orgulloso por ser árabe. Gracias a mi restaurante mucha gente ha conocido la cultura, las costumbres y la comida árabe, libanesa, siria o palestina.

SKN: ¿Cuántos restaurantes hay hoy en día?

HN: Restaurante solo tengo el de la carrera 11 con calle 88. De comida rápida tengo cinco que están en centros comerciales. El más nuevo está en el centro de Bogotá, cerca al Palacio de Nariño.

SKN: ¿Por qué eligió el nombre de El Khalifa?

HN: El Khalifa es como el jefe espiritual en los califatos árabes en la historia, el califa Omar, el califa Ali. Es un nombre espiritual, pero también bonito, llamativo y no es difícil de grabar.

SKN: ¿Cómo fue el comienzo de El Khalifa?

HN: Fue excelente este negocio, todo un éxito. Llegaban de 200 a 300 personas diariamente. Aquí en la carrera 11 llegaban los carros y parqueaban en ambos lados. Venía gente importante de toda la ciudad, como políticos y diplomáticos. Mucha gente preguntaba sobre la comida árabe y pedían consejos sobre qué pedir.

SKN: ¿Quiénes son esas personas que se reunían y se siguen reuniendo aquí?

HN: Árabes y colombianos. Ministros, parlamentarios, intelectuales, embajadores, paisanos. Aquí han venido todos los ex presidentes, desde Misael Pastrana, Alfonso López, Julio César Turbay Ayala, Belisario Betancur, Ernesto Samper, César Gaviria.

SKN: ¿Qué platos piden por lo general?

HN: En las costumbres árabes nos encanta tener una buena mesa libanesa. Lo llamamos el Mezzá, que consiste en babaganoush, tabbule, tahine, quibbe frito y quibbenaye.

SKN: ¿Quién elige los platos?

HN: Yo los elijo porque tengo mucha experiencia y tengo el don de saber de cocina. Ya llevo 35 años en esta profesión y no me dedico sólo a la cocina árabe o libanesa, también preparo comida internacional, francesa, italiana, española, hasta nacional: ajiaco, sancocho. El sabor, la calidad, todo es importante para mí. Uno a veces dice: quiero hacer ajiaco, pero no sabe de la calidad de la comida. Mucha gente cree que sabe cómo hacer el arroz de almendra, el tabbule o el quibbenaye, pero realmente no saben porque es la práctica lo que a uno le enseña.

SKN: ¿Cómo escoge la música y las decoraciones del restaurante?

HN: Es una cuestión cultural. Cuando uno trae una lámpara del Medio Oriente, quiere ponerla aquí, en Bogotá. Es nuestra casa y así como el quibbe o el tabbule también está la decoración. Las lámparas, las bandejas, las jarras de café, las narguiles, todo eso representa la cultura. Este restaurante es más como una embajada, un rincón árabe en el corazón de Bogotá. Mucha gente me dice que no tengo un restaurante sino un museo porque cuando viajo traigo cosas del Medio Oriente. Antes mucha gente decía: “los turcos”, pero eso ha cambiado. La gente ya sabe que un turco es de otra nacionalidad, con idioma diferente, una cultura diferente.

SKN: Además de la comida también hay espectáculos...

HN: Sí. Yo antes traía bailarinas de danzas árabes de Argentina, de Estados Unidos. Ahora hay muchas escuelas en la ciudad donde se consiguen muy buenas bailarinas.

SKN: ¿Cada cuánto se hacen los shows?

HN: Antes eran todos los días, ahora sólo los fines de semana, y cuando hay bastante gente.

SKN: ¿Sus empleados son árabes?

HN: Soy el único árabe, pero ellos llevan entre 20 y 35 años trabajando conmigo. Yo los he entrenado, también les enseño el control de calidad.

SKN: ¿Cuál es la importancia de la comida para el mundo árabe?

HN: La comida representa una historia milenaria. Es una comida sana y profética, que va desde Adán, hasta Noé, hasta Jesús, hasta Mahoma.

SKN: ¿Cómo aprendió a cocinar?

HN: Practicando. Haciendo las cosas lo mejor posible, como en cualquier profesión y poniéndole amor.

SKN: Y específicamente la comida árabe ¿quién le enseñó a hacerla?

HN: La práctica. Yo leía los libros, hacía las cosas, tenía el gusto, el paladar. Es importantísimo, no solo saber hacer las hojas de uva, o rellenarlas, es también tener el gusto. Hay mucha gente hace comida árabe y no tiene sabor.

SKN: ¿En su casa cocina?

HN: Cuando toca cocinar, también.

SKN: ¿Y su esposa e hijos también cocinan?

HN: Sí, claro también cocinan. De mis hijos, hay dos que lo hacen muy bien. Uno estudió en el Instituto Cordon Bleu en Estados Unidos.

SKN: ¿Por qué eligió la cocina como profesión?

HN: Fue por el destino o la suerte porque yo no sabía de comida. Al principio sufrí mucho, pero tuve chefs que me enseñaron.

SKN: ¿Cuál es su comida favorita?

HN: Yo no soy exigente para las comidas. Prefiero comer aceitunas con pan árabe, un queso y un vaso de té. Me encanta. Al comer aceite de oliva, manaesh ma zaatar, me siento mejor que comiendo una langosta al termidor.

SKN: Cuéntenos la receta secreta para hacer un plato árabe.

HN: ¿Tabbule? Es la más fácil: picar tomate, perejil, cebollín, limón, aceite de oliva, hierbabuena y sal al gusto. Mucha gente le echa aceite cualquiera, pero si al tahine o al tabbule no le echas el aceite de oliva no queda igual. Mucha gente lo hace por economizar, pero las cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas. Esa es mi recomendación.

SKN: ¿A qué sabe el mundo árabe?

HN: El mundo árabe sabe a tristeza. Uno ve en el mundo árabe una gran cultura, una gran riqueza y ve la desunión que existe al mismo tiempo y piensa que las cosas podrían ser mejores. Es un mundo árabe dividido y eso es doloroso porque hay gente muy capaz y muy inteligente. Yo tengo esperanza, pero es el destino y uno nunca sabe qué puede pasar.

SKN: ¿Cómo ve la situación de Palestina?

HN: En 1948, cuando Palestina fue partida en dos estados, uno palestino y uno israelí, nos sacaron de nuestra tierra. Hoy en día estamos dispersos por el mundo y muchos no pueden regresar a sus casas. Hay nueve millones de palestinos que nunca se han vuelto a sus tierras. Ese es el crimen del siglo XX contra una población que no tiene que ver nada con los europeos. Los judíos, en su momento, fueron masacrados por los europeos, por los nazis, y somos ahora nosotros quienes pagamos por la tragedia vivida por el pueblo judío. La presión mundial hace que mucha gente piense que los palestinos son terroristas, pero la realidad es muy distinta. Es difícil cuando uno tiene una casa, cuando tiene una granja y lo pierde todo porque llega un extraño de Polonia, de Checoslovaquia o de Rusia que se lo quita. Nuestras raíces siempre han sido allá. Ahora son los judíos los dueños de la tierra y nosotros somos los extraños. Muchos palestinos viven en campos de refugiados en el Líbano, en Siria, en Jordania, en los Emiratos Árabes, en el Golfo Árabe, en las Américas. Belén, anteriormente, tenía una población cristiana del 40 por ciento. Hoy en día hay tan solo el uno por ciento. ¿Por qué? Por la presión, por la ocupación. Nos ha tocado emigrar a todos. Antes en Palestina nunca tuvimos diferencias ni discriminaciones religiosas. Vivíamos todos juntos, judíos, cristianos y musulmanes.

SKN: ¿Cuántos años tenía cuando salió de allá?

HN: Yo tenía unos 19 años y tengo 43 años de estar en Colombia.

SKN: ¿A quién dejó en Palestina?

HN: Tenía a mis papas, pero ambos fallecieron. Tengo allá a cinco hermanos, sobrinos, primos y muchos otros familiares.

SKN: ¿Por qué emigró usted y ellos no?

HN: Mi papá iba a emigrar en 1910 a Honduras. Tenía la maleta, la visa y todo listo, entonces su mamá se puso a llorar toda la noche. Al otro día mi papá se echó pa´ atrás y decidió que no viajaba.

SKN: ¿Cómo tomó su familia el que usted quisiera emigrar?

HN: Súper bien, pero cuando uno deja la familia, así uno vaya a traer todo el oro del mundo, extraña a sus seres queridos. Uno a veces busca una migración para mejorar su nivel de vida, pero sufre mucho y pierde el contacto con la familia. Eso es lo positivo y lo negativo de la migración, porque no todo es plata en la vida.

SKN: ¿Cada cuánto vuelve a Palestina?

HN: Yo voy cada año o cada dos años y me quedó dos meses en Palestina.

SKN: ¿Tienen casa allá?

HN: Tenemos casa, olivo, tierras, de todo. Actualmente tenemos unas tierras y nosotros no podemos llegar allá porque los colonos judíos no nos dejan.

SKN: No puede acceder a sus tierras.

HN: No. Cuando estuve allá el año pasado intentamos llegar por una carretera, pero ahí están los colonos y si uno pasa lo matan. Hay muchas amenazas y uno tiene que pasar por las montañas para llegar a sus tierras. Lo que ocurre con esas tierras es que están muy cercanas al territorio israelí. No hay ningún tipo de seguridad porque el ejército israelí siempre nos echa la culpa.

SKN: ¿Que siente cada vez que llega y se encuentra con esa situación?

HN: Lo condeno. Siento mucho dolor. Siento que algún día será nuestra.

SKN: ¿Que Palestina será libre algún día?

HN: Sí. Yo creo que algún día tenemos que regresar de nuevo. Ellos esperaron 3.000 años, nosotros apenas llevamos 62. Pienso que ellos ni siquiera van a durar los 100 años, porque con todo lo que está pasando en el Medio Oriente, tengo la esperanza de algún día regresar a nuestra casa.

SKN: Cuando viaja, ¿cómo es el recorrido del viaje?

HN: Yo viajo de Bogotá a Paris, de Paris a Amman, de Amman a Puente Allenby, después a Ramallah o a Jerusalén. Es un recorrido bastante largo.

SKN: ¿Por avión?

HN: No, hasta Amman llegamos en avión, después hasta Puente Allenby cogemos un taxi y de ahí un autobús que llega a la parte israelí y de allá cogemos un taxi.

SKN: ¿Observa una diferencia muy marcada en la forma cómo viven judíos y palestinos?

HN: Bastante. Usted sabe que estamos bajo un colonialismo, bajo un imperialismo. Hay 650 retenes. Antes, cuando nosotros íbamos desde nuestro pueblo hasta Ramallah eran 10 minutos en carro; ahora uno tiene que andar dos horas dando vueltas para llegar. Hay muchos retenes y divisiones. Lo paran, revisan el carro, el pasaporte. El año pasado quería pasar a Jerusalén porque tenía a una familiar y no me dejaron pasar. A veces hay toque de queda, no hay tranquilidad, no hay libertad, a veces ni siquiera puede trabajar.

SKN: ¿Qué hace allá durante esos dos meses de vacaciones?

HN: Nos quedamos con los amigos y con la familia. Uno la pasa muy bien. Externamente, con la ocupación es una tragedia, pero internamente con la familia es muy bueno. Uno visita a los sobrinos, a los primos y eso me pone feliz. También visito a un hermano y a una hermana en Jordania que no pueden regresar a Palestina.

SKN: ¿Hace cuánto no están todos los hermanos juntos?

HN: Hace unos 15 años, porque a veces unos pueden ir y otros no. Hay gente que lleva separada hasta 20 o 30 años. En mi familia somos afortunados porque tengo pasaporte colombiano, pero y algunos no han podido ver a su familia desde hace 60 años. Hay familias que están divididas; yo tengo gente amiga que vive en Nazaret y que tienen familia en Jordania o en el Líbano y no los ven hace 62 años.

SKN: ¿Con quién viaja?

HN: A veces con mi señora y mis hijos.

SKN: ¿Cuándo viaja quién se hace cargo de El Khalifa?

HN: Los empleados.

SKN: ¿Su esposa es colombiana?

HN: Es hija de árabes.

SKN: ¿Como fue conocer a una descendiente de árabes en Colombia?

HN: Yo también tenía almacenes en Cúcuta. Allá conocía a mi señora en 1978 y tengo cuatro hijos con ella.

SKN: ¿De qué forma se le transmite a las futuras generaciones el amor por lo árabe?

HN: Transmito siempre la unión familiar. En Occidente no ven que los árabes somos muy familiares, que valoramos la amistad. La unión de la familia es importantísima y uno puede transmitir y hablar de mi cultura, de mis antepasados, de mis comidas, de cuando salí de Palestina, de cuando era niño. Hablo de todo lo que nos pertenece y eso nos lleva a inyectarles a los hijos el amor por la cultura árabe. La religión para nosotros también es fundamental.

SKN: ¿Sus hijos también trabajan en el restaurante?

HN: Sí, dos de ellos. Uno trabaja en el comercio y otro vive en Estados Unidos. Estamos pensando también en traerlo para estar toda la familia unida.

SKN: ¿Qué tiene usted de colombiano y qué de árabe?

HN: Siento mucho a Colombia porque yo llegué muy joven. Le agradezco a este país porque aquí hice muchos amigos. Me gustan los paisajes, la gente que es verdaderamente amable. De árabe tengo mis vínculos, tengo a mi familia, nací allá, mi cuna es el Medio Oriente. Me gustaría mucho estrechar esa relación entre el mundo árabe y América Latina.

SKN: ¿Cómo aprendió el idioma?

HN: Practicando con la gente. Yo no iba a ningún colegio. Cuando llegué, aprendí español comprando El Tiempo y leyendo. A mí me gustaba la política, entonces siempre leía lo que pasaba en el mundo.

SKN: ¿Cómo lo recibieron los primeros colombianos con los que se encontró?

HN: Excelente. Al principio uno tiene dificultades por el idioma, por la comida, pero la gente siempre ha sido muy amable. Me abrieron sus casas, me invitaron a comer. No fui rechazado nunca y siempre digo que Colombia es un país culto y educado.

SKN: ¿Cómo obtuvo la nacionalidad colombiana?

HN: Yo obtuve la nacionalidad colombiana en 1980. Tenía muchos amigos políticos que me ayudaron a sacarla. Después ayudé a muchos árabes libaneses, palestinos y sirios que vivían en Maicao, San Andrés, Cúcuta y Bogotá a sacar la nacionalidad y residencia colombianas.

SKN: ¿Por qué consideraba tan importante que adquirieran la nacionalidad?

HN: Porque si uno ha vivido en un país, pertenece a un país, debe tenerla. Es el derecho internacional y uno ya tiene vínculos aquí. Muchos se han casado en Colombia, han vivido aquí, tienen sus hijos.

SKN: ¿Qué es lo más difícil de ser un colombo- árabe?

HN: La desunión que existe entre los árabes. Nosotros trabajamos individualmente y con la unión podemos hacer muchas cosas, como un mayor intercambio entre América Latina y el mundo árabe. A veces somos muy egoístas y nos falta ser más abiertos entre nosotros.

SKN: ¿Y lo mejor de ser árabe y colombiano al mismo tiempo?

HN: Tener las dos culturas y poder hacer vínculos, intercambio cultural, comercial. Es la posibilidad de mostrarle a Colombia el mundo y la cultura árabe.

SKN: ¿Cómo quisiera que lo recordaran?

HN: Por mi amabilidad. Yo soy una persona muy amable, muy atenta, muy diplomática y me gusta atender a la gente.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El amor por dos mundos


Talel Cassem Karawi tiene 58 años y desde hace 38 vive en Colombia. Nació en un pueblo pequeño llamado Karaoun, ubicado en el Valle del Bekaa, Líbano. Con miras a buscar un futuro más próspero emigró de su país natal cuando apenas entraba a la adultez. Vivió en Brasil y en Venezuela, pero fueron los colombianos quienes se ganaron su corazón. Particularmente Mónica Name, una barranquillera, también hija de descendientes libaneses, y con quien tuvo tres hijos.

Desde su llegada, él, que además es el Cónsul de Siria en Colombia desde hace 20 años, se ha convertido en un próspero hombre de negocios: tuvo almacenes, se dedicó a la industria inmobiliaria, adquirió una agencia de viajes, un colegio y un hotel, construyó un centro comercial y planea construir otro más, y es dueño de Colinas Al Karawi, una urbanización en Puerto Colombia en donde sueña crear un espacio en donde converjan sus dos mundos: el árabe y el colombiano.

Shadya Karawi Name: ¿Quién es Talel Karawi?

Talel Karawi: Talel Karawi es uno de esos tantos inmigrantes que han llegado a Colombia en busca de un mejor futuro. A nosotros nos llaman inmigrantes, pero en la realidad somos desplazados de las guerras que se han sucedido en el Medio Oriente a través de la historia.

SKN: ¿Cómo fue su inmigración?

TK: Vine en la última inmigración, después de la guerra de Palestina y cuando comenzaba la guerra civil del Líbano. Primero llegué al Brasil. Salí a los 18 años y estuve dos años allá donde mis tíos. Tres meses después, mi tío me montó una fábrica de camisas, en donde hacía hasta 5 mil prendas al mes para terceros. Tenía trece máquinas y hacía todo el trabajo: desde cortar las camisas hasta coser los botones. A los seis meses, mi tío nos mandó a otro pariente y a mí con mercancía para Manaus, que era zona franca. Como estaba recién llegado, no hablaba el portugués. La mercancía equivalía como a 30 mil dólares de la época; vender mercancía en esa selva del Amazonas no era tan fácil y nos fue mal. Perdimos plata, mi pariente se regresó y a mí me tocó defenderme solo. Sólo nos comunicábamos por carta porque conseguir un teléfono era difícil. Después del fracaso, tomé la decisión de recoger la mercancía y reexportarla. Viajé en barco por el Río Amazonas —de Manaus hasta Belén—, para llevar la mercancía hasta un pueblo llamado Marabá. Allá vivían unos paisanos que conocía porque le compraban mercancía a mi tío. Allá no había abanicos ni aires acondicionados y para protegerse de los mosquitos se usaban anjeos en las camas.

Fue una experiencia muy tremenda, así que le vendí a mi pariente la mercancía, y me vine a Colombia donde mi hermana. Ya no quería saber más nada de Brasil. Mi tío después me vino a buscar y quería que me regresara con él, pero me gustó Colombia y me dediqué a trabajar aquí. Llegué el 5 de enero del 1972, día de mi cumpleaños. Estuve en San Andrés, con mi hermana, los primeros tres meses. Después me fui para Maicao donde mis otros tíos y ellos también me ayudaron. Monté un almacén de telas y cuando tenía apenas un mes en Maicao, uno de mis tíos me entregó un almacén lleno de mercancía y se fue a vivir al Líbano. Me tocó trabajar duro. Afortunadamente, me vine con el idioma portugués, pero el cambio fue muy fuerte: llegar de Sao Paulo, una ciudad en aquella época con14 millones de habitantes, y todas las comodidades, a vivir en Maicao, sin luz, sin agua, sin calles pavimentadas. La inseguridad también era bastante complicada. Todos los meses o cada quince días me venía a Barranquilla a desahogarme de ese ambiente de Maicao. Comencé a integrarme a Colombia, especialmente a Barranquilla. En 1975 vinieron mis dos hermanos, Issam y Alí, y empezamos a trabajar los tres en los almacenes de Maicao.

SKN: ¿Qué vendían en los almacenes?

TK: Ropa. Después, en el 77 y 78 decidimos irnos a la Isla Margarita, en Venezuela, que estaba en un momento de prosperidad económica. Buscamos una mejor vida, un mejor negocio, más seguridad. Llevamos una plata y compramos unos almacenes. Nos fue mal. A mí no me gustó Venezuela para nada; cada mes me venía a Colombia: a Barranquilla y a San Andrés. Al año me aburrí y les dije a mis hermanos que me iba. Dejé todo, compré un carro y viajé por carretera desde la isla hasta Barranquilla. Era época de carnavales. Aquí me radiqué y con mi cuñado abrí la Agencia de Viajes Chauchar.

SKN: ¿Por qué Chauchar?

TK: Porque ese es el apellido de Fauzi, mi cuñado. Después le compré su parte. Era muy duro conseguir lo de la IATA, había que trabajar con otra agencia de viaje, compartir las comisiones. Yo tenía bastante clientela y se negociaba bien con las compañías aéreas.

SKN: ¿Únicamente los paisanos compraban en su agencia?

TK: No, también otra gente. Eso es puras relaciones. Hice buena plata en ese entonces porque mucha gente viajaba al Medio Oriente.

SKN: ¿Y todavía existe la agencia de viajes?

TK: Todavía existe, pero no es como antes. Uno antes se ganaba el 10, 11% y a veces la compañía daba el 10% sobre las ventas. Con la plata que me gané en la agencia seguí ampliando mis negocios. Compré un lote enfrente de la agencia y fundé el Hotel Dos Mundos. Elegí ese nombre por mis dos mundos: el mundo árabe y el latino, el colombiano. Luego comencé a comprar y a vender carros, tierras e incursioné en el negocio inmobiliario. Compré otro lote en donde está SAO de la 93 y construí el Centro Comercial Al Karawi.

SKN: ¿Cómo fue la construcción de ese centro comercial?

TK: Fue maravilloso porque yo no tenía la plata; sólo tenía el terreno y los planos que me los fió el arquitecto Arzuza. Esos planos se los presenté a Fuad Char, dueño de la Olímpica. A él le gustó y me dijo que hablara con su hermano Habib, quien me prestó la plata para el negocio. Así construí el centro comercial. Cuando lo estaba construyendo, un vendedor me ofreció el Saint Mary School. Como estaba endeudado, le dije a varios amigos: “Oye, están vendiendo un lote bueno”, pero ninguno me hizo caso. Fui a verlo y me gustó, porque como yo no pude terminar mis estudios, siempre quise tener un colegio. Cuando vi a esos niños jugando en ese patio grande y hermoso decidí que quería comprarlo, pero no tenía la plata. Una noche dije: “Vamos a arriesgarnos pa’ver qué pasa”. Llamé al señor y le pregunté cuánto costaba. Me dijo que 500 millones, y yo le dije que revisáramos la contabilidad. Encontré que el colegio debía 220 millones. Ahí cambió la cosa. Yo tenía como 32 millones de pesos y les dije a los dueños que les compraba el colegio.

SKN: ¿En qué año fue esto?

TK: A finales de 1989. Yo les ofrecí 400 millones de pesos, ellos me pidieron 420, y yo accedí, y les ofrecí diez cheques de 25 millones cada uno y cubrí la deuda que tenían. Les entregué en el momento 30 millones de pesos que necesitaban para mandar a Estados Unidos y los cheques. Como iba a finalizar el año escolar, estaba contando con que me entrara lo de las pensiones y empecé a promocionar el colegio. Soñaba con que en este colegio se diera la integración colombo-árabe, y le cambié el nombre con la idea de integrar a más gente de la comunidad y de enseñar el idioma y el baile árabe.

SKN: ¿Qué nombre le puso?

TK: Colombo–árabe. Yo me acuerdo que cuando compramos el colegio, los alumnos que se iban a graduar llevaron a Shakira. Yo tenía una revista que se llamaba Integración Colombo-Árabe y en el primer ejemplar está la foto de Shakira, cuando no era famosa todavía.

SKN: Todas las negociaciones se basaban en la confianza que la gente le tenía…

TK: Sí, en la confianza. Además, no tenían miedo a invertir porque entonces Colombia era un país seguro para la inversión. Los primeros meses pagué la deuda con lo que entró de las pensiones. Pero la situación se empezó a poner difícil: estaba la guerra de narcotráfico y habían matado a Galán Me quedó difícil pagar los últimos cuatro cheques que sumaban como 80 millones. Un día me llamó un prestamista, que es colombo-árabe también. Me dijo, “primo, aquí me trajeron tu cheque para cambiarlo. ¿Lo puedo cambiar?”. Le dije que claro. Cuando él lo cambió descansé, porque había una cláusula de atraso en el contrato, en donde podía perder el colegio.

SKN: ¿Entonces él le hizo el favor?

TK: Hizo negocio. Cuando se venció el primer mes yo no tenía plata. Se venció el segundo y tampoco. Hasta que se vencieron todos y yo no tenía para pagar. Yo estaba haciendo 34 apartamentos y 40 o 50 locales y le se los ofrecí al prestamista. Me preguntó que cuánto costaban y le dije que quince, pero me ofreció once. Yo acepté, y él me dijo que me daba doce cheques. Me compró siete locales, en 70 y pico millones de pesos. Cuando me entregó los cheques le dije: “Vamos a hacer un negocio, dame mis cheques, y coge tus cheques”. Así salí de eso y quedamos en paz.

Cuando compré el colegio contraté un profesor de árabe. Los estudiantes bailaban y cantaban. Yo sentía que a esos colombianos la música les hierve en la sangre.

SKN: ¿La mayoría de los estudiantes eran colombianos?

TK: Sí. Allá solo había como unos diez árabes. Cuando compré el colegio quería hacerlo por lo alto, para 2.000 alumnos, pero ese lote no tenía las condiciones. En 1990 busqué un lote en la carretera hacia Puerto Colombia. Encontré uno que estaba vendiendo el Banco de Bogotá a 400 pesos el metro. Lo compré financiado por el banco. Después compré otros lotes al lado, que cambiaba por carros, por apartamentos. Todo el tiempo pensaba en mi familia. Hice una urbanización que llamé Colinas Al Karawi. Dios me guió allá porque Puerto Colombia es el alma de la inmigración, debido a que fue por ahí por donde entraron los primeros paisanos. Finalmente, mudamos el colegio para allá y ahí estuvo funcionando 10 años hasta que se lo vendí hace poco al Centro Bíblico.

La calle principal de la urbanización se llama Avenida Colombia y hay una plaza llamada Plaza Sirio-Libanesa. Dentro de esa plaza siempre soñé hacer una mezquita y una iglesia. Como hoy en día el Centro Bíblico es el dueño del colegio y yo he mantenido muy buena relación con el pastor Rafael Gómez, ellos van a construir su iglesia. Solo me faltaría hacer la mezquita. Debido a que deseo trabajar por la gente necesitada, creé la Fundación Colombo-Árabe, que es sin ánimo de lucro para ayudar a la gente de Puerto Colombia. Esa población no merece el abandono en que se encuentra. Si Dios quiere, en el futuro desarrollaré varios proyectos en esta zona, carente de infraestructura moderna.

SKN: ¿Los árabes llevan el comercio en la sangre?

TK: El comercio existe en todo el mundo, lo que pasa es que el Medio Oriente o el mundo árabe es milenario, entonces la historia del comercio se conoce desde mucho antes. Cuando los Fenicios venían hacia toda la Costa Mediterránea comerciaban. Aquí se preguntan por qué los árabes son tan exitosos en el trabajo; yo creo que es porque a uno le tocó difícil cuando llegó. Uno dejó allá a sus padres, a sus hermanos a su familia. Dejó su patria y se adaptó a una vida nueva, a nuevos amigos, y no es fácil. Entonces, uno tiene que mantenerse en lo económico para poder sobrevivir y luego para poder mandarle algo a la familia. Este caso mío es el de todo el mundo. Uno siempre se ha caracterizado por manejar bien la economía, por tratar de no gastar toda la plata. Uno ahorraba hasta armar un capital, y una vez se tuviera este consolidado seguía para adelante.

SKN: ¿Cómo reaccionaron en el Líbano cuando decidió emigrar a Latinoamérica?

TK: Fue muy difícil. La gente no sabe qué es ser inmigrante o desplazado hasta no vivirlo. Mis padres no tenían otras alternativas. La educación en el Líbano era para los privilegiados y mi papá era sheikh y se dedicaba a la religión. Había pocos recursos y era difícil entrar a estudiar a la universidad porque éramos ocho hermanos. Como comenzaba la guerra, sólo teníamos la alternativa de alistarnos en el ejército o emigrar. Como no había posibilidades de trabajo, mis padres decidieron apoyarme; les tocó duro, pero preferían que no luchara en una guerra de locos. Una guerra absurda que tildaban de religiosa, cuando en realidad era política. Los franceses dividieron al Líbano y en cada sector se practicaba una religión distinta. Afortunadamente, en el Valle del Bekaa, de donde somos nosotros, no se vivió la guerra porque mi padre y otros sacerdotes de distintas religiones se unieron e impidieron la llegada del enemigo.

SKN: ¿Cómo lo recibieron los colombianos cuando llegó?

TK: Maravillosamente. Yo me acuerdo que el 5 de enero, día de mi cumpleaños, llegué a Bogotá por primera vez. Aquí el cumpleaños es rumba y regalo, pero nosotros los árabes no lo celebramos como lo hacen en América Latina. Para mí todos los días son un cumpleaños, porque cuando amanezco Dios me está dando un día más de vida para trabajar duramente. Cuando llegué ese día eran las nueve de la noche y tenía muchas expectativas porque me habían dicho que Colombia era maravillosa y los colombianos tenían fama de ser muy amables y hospitalarios. ¿Dónde buscaba un hotel? Me tocaba viajar a las ocho de la mañana a San Andrés. Me acuerdo que en ese entonces la policía de turismo estaba presente en el aeropuerto. Uno de estos agentes me acompañó para que guardara la maleta en El Dorado. Ahí dormí mi primera noche en Colombia. Ese día hablé con mucha gente, porque cuando uno no habla bien el español, todo el mundo quiere hablarle.

SKN: ¿Cómo aprendió el idioma?

TK: Los primeros días que estuve en San Andrés, la señora Zoraida Elnesser, que en paz descanse, me dio unos cursos de español. A mí también me gustaba leer, entonces leía El Tiempo, El Heraldo, o cualquier otro periódico aunque no lo entendiera todo. Yo era chistoso hablando. A veces, en vez de decirle a un amigo, “bajó el precio del platino”, le decía: “bajó el precio del plátano”. Al agua aromática le decía agua romántica; al restaurante, desodorante y así muchas otras cosas. Hace poco vino un amigo a mi oficina y le dije: “¿Qué quiere tomar? ¿Un café? ¿Una aromática?” Me dijo, “una automática”. Le dije: “Ve, paisano, yo decía que era romántica, pero usted ya me ganó”. Es difícil aprender el idioma, pero a uno le enseñan; siendo un ‘pelao’ de 18 años, conoce amigos que comienzan a burlarse de uno y a enseñarle las vulgaridades, las palabras amorosas, y las palabras del negocio. Eso es lo que todo el mundo quiere aprender.

SKN: ¿Cómo fue conocer y enamorarse de una colombiana?

TK: Conocí a mi señora en un avión. La vi, me miró, la volví a mirar y hasta ahí. Después de un tiempo mi cuñado, Gazzy Fakih, me dijo: “Te voy a presentar a una hermana de mi novia”. Resultó siendo la niña que yo había visto en el avión. Cuando uno llega de allá, uno busca a una persona de buena familia, decente, que lo entienda a uno, que lo acepte, de buenos morales, de buenas costumbres. Cuando uno se va a casar siempre hay un choque religioso o cultural, pero el amor gana ese choque. Al principio, mis padres me decían que debía casarme con una libanesa, porque ellos tenían miedo de perder a su hijo, como ha pasado con la mayoría de las familias árabes que han venido acá. Sus hijos se quedaron y no volvieron. En el caso nuestro no es así. Yo he regresado, he llevado a mi esposa, mis padres vinieron, me casé, y comencé a llevar a mis hijos a que conocieran a sus primos, a que se familiarizaran con las costumbres.

SKN: ¿Cómo se transmite el amor por lo árabe a las próximas generaciones?

TK: No hay que metérselo con una cuchara, sino haciéndolos ver las costumbres. Que vean lo bueno y lo malo. Al principio pueden criticar, pero al final van a estudiar, van a mirar y van a palpar, a entender que la cultura árabe es la cuna de la civilización. Después de tantos viajes, los hijos ya ven diferentes a los hijos de otros amigos árabes que no han viajado. Los culpables de eso son los padres, por no enseñarles el idioma y la cultura. En el caso mío, mi esposa —por iniciativa propia— estudió y aprendió a hablar árabe. Están equivocados los que piensan que por ir allá y profundizar en la cultura van a olvidarse de Colombia. Es lo contrario. Yo recuerdo que en 1985 se realizó un congreso en Siria y había varios invitados especiales, entre los que se encontraban Juan Gossaín, Andrés Pastrana y seis parlamentarios colombianos. Uno de los oradores era argentino, descendiente árabe y le preguntó a Assad en el discurso: “¿Qué necesita de nosotros, los inmigrantes?” Cuando el presidente pronunció su discurso dijo: “Lo que yo quiero de los inmigrantes es que sean fieles a sus nuevas patrias y así pueden trabajar y unir más a la patria nueva y la patria antigua”. Eso es precisamente lo que hacemos nosotros, ser fieles. Si uno es patriota es Colombia es patriota en Líbano, patriota en Siria, patriota en Palestina.

SKN: ¿Qué tiene Talel Karawi de árabe y qué tiene de colombiano?

TK: Yo tengo más de colombiano que de árabe porque uno ya queda comprometido con este país. Uno trabaja para este país, lucha por defenderlo, invierte en él, cree en él. Ya no es fácil uno dejarlo todo y regresar a su tierra. Yo acá lo encontré todo: amigos, familia, riqueza.

Entre Colombia y el mundo árabe hay un puente humano que somos nosotros. Si Colombia hubiera invertido como Argentina o Brasil estaría vendiendo seis, siete, ocho mil millones de dólares al mundo árabe. Los gobiernos colombianos no han sabido utilizar eso. Colombia es uno de los gobiernos que siempre ha estado al lado de la causa árabe, de la causa palestina. Desde la división de Palestina en 1947, cuando era miembro de la ONU y se abstuvo de votar. Yo me siento colombiano, me siento libanés, me siento sirio.

SKN: ¿Por qué si es libanés decide ser cónsul de Siria?

TK: Los cónsules Ad Honorem se nombran por su nexo con un país, por su amor a ese país. Se identifican con ese país política, comercial, familiarmente. Yo nací árabe. El Líbano me quedaba chiquito; mi mente era más grande. Yo siempre he amado la causa árabe en general; siempre tuve buenas relaciones con el gobierno sirio y ellos tenían aquí un excelente cónsul, el doctor Issa Sabbag. Como era una persona mayor, los sirios decidieron reemplazarlo. El doctor Mohsen Bilal —hoy Ministro de Información en Siria—, era miembro del Congreso; él propuso mi nombre y fue acogido. Apenas supe, fui a hablar con Don Issa y le dije que me habían nombrado cónsul y yo no era sirio. Él me dijo: “Hijo mío, usted es el único que merece tener ese puesto”. Yo soy nacido en el Líbano, Cónsul de Siria, vivo en Colombia, pero me siento palestino. Desde que nací la causa palestina la tengo adentro: es la causa de un pueblo que lleva 60 años de lucha. Todavía no tienen tierra, viven en campos de refugiados, son masacrados. Así era mi padre. Él nos enseñó el arabismo. Era religioso pero no sectario, amaba todas las religiones y todas las culturas.

SKN: ¿Qué es lo más positivo de ser un colombo-árabe?

TK: Yo creo que lo más positivo es tener dos culturas fuertemente unidas y fortalecidas. La integración colombo-árabe es una de las integraciones que se ha dado con mayor facilidad: los árabes llegan a Europa o a África y no se integran. Colombia siempre ha sido un país amable, de gente buena, trabajadora y esa es la gente que encontró el árabe. También encontró similitudes con varias regiones del país: montañas, valle, mar, ríos. Además, la mezcla que hay hoy en día de colombo-árabes es impresionante. En Barranquilla encuentras de la Espriella Dabahe, Certain Saab, María Gerleín. Casi todas las familias están mezcladas con árabes.

SKN: ¿Qué ha sido lo difícil o doloroso de ser un colombo árabe?

TK: La soledad. Estar sin la familia. Eso es muy duro y todavía me afecta. La nostalgia. El vacío lo llenan en parte los hijos, la mujer, pero siempre queda otra parte que duele en el corazón, en el alma y en el pensamiento, que son mis padres y mis hermanos. Eso siempre me ha hecho falta y me sigue haciendo.

SKN: ¿Qué otros proyectos comerciales tiene?

TK: En este momento estamos construyendo el Centro Comercial Al Karawi Plaza. Será un complejo hotelero y comercial compuesto por un hotel de 140 habitaciones, un edificio de 100 oficinas, un centro de convenciones para salones de hasta 6 mil metros, 200 locales comerciales. Quiero hacerlo como un regalo de este inmigrante para Colombia en su bicentenario. Lo más bonito son los cerca de 1.000 empleos directos que va a generar. ¿Por qué? Yo diría que un centro comercial es la madre de varios negocios. Ahí, cada local es una empresa ya sea de ropa, de cosméticos, de zapatos. Ese almacén generaría dos, tres, cuatro empleos. Si son doscientos locales, serían doscientas empresas. Cada salón de eventos en el que se hace una reunión de matrimonio, conferencias, ferias, es también el negocio de alguien. Cada huésped que llega al hotel viene por negocio o turismo. Cada oficina pertenece a un arquitecto, a un abogado.

Lo otro que planeo hacer es la adecuación de Colinas Al Karawi porque ahora se permite más altura. El concepto de la urbanización en ese entonces era de casas, ahora es de edificios de hasta 20 pisos, con mucha zona verde y zona deportiva. Estamos pensando también en unas 500 viviendas a largo plazo. Algo que sea muy agradable.

SKN: ¿Cuál es el legado que Talel Karawi deja como colombo-árabe?

TK: El legado lo dejo en mis hijos, que son la continuación de mi vida. Todos nos vamos y dejamos una huella. Si la dejamos bien pegada en la roca no se borra tan fácil, pero si dejamos una huella en la arena, la borra el mar enseguida. La roca queda firme y la roca para mí son mis hijos. Ellos han aprendido que sus hijos conozcan su costumbre, aprendan su idioma, coman su comida, que no olviden la tierra de sus padres. Esa es la preocupación de un inmigrante. Nosotros tenemos una casa en el Karaoun. Mi papá, por mucho que quería que nos bajáramos allá, siempre nos dijo que debíamos construir. ¿Para qué? Para no perder ese legado. El día de mañana mis hijos tienen una casa. Mis hijos la tienen donde nació su abuelo, donde nació su papá. Eso amarra, eso jala. Uno puede querer a uno, dos, tres, cuatro países. Eso es lo que yo les he transmitido y ellos lo han asimilado. Sin forzarlos, aprendieron. Los hijos van aprendiendo lo bueno de allá y lo bueno de acá. No solamente mis hijos, sino también los que me han conocido, los que han trabajado conmigo, porque ellos van a continuar este proceso de integración, el desarrollo, la promoción, para fomentar el acercamiento entre las naciones.