martes, 21 de diciembre de 2010

La vocación por lo social


José Name Terán nació el 5 de febrero de 1936 en Sincelejo, Sucre. Dios y el destino fueron los responsables de llevarlo a Barranquilla cuando era un adolescente. Allí, en la capital del Atlántico, forjó su carrera política. Fue diputado de la Asamblea Departamental y Ministro del Trabajo, pero principal labor la desarrolló en el Senado de la República. Es un hombre amantísimo de su familia y de sus amigos y colegas. Lo enorgullece su lucha constante por brindarle a los más necesitados mejor calidad de vida. Se identifica plenamente con la cultura y la causa árabes, de la cual ha sido vocero en Colombia y en el mundo.

Shadya Karawi Name: ¿Quién es José Name Terán?

José Name Terán: Un ser humano con defectos y cualidades. Mucha gente piensa que le ha tocado en la vida todo fácil y que ha sido un privilegiado. En realidad, ha sido lo contrario. Desde muy joven tuve que luchar por la supervivencia, por mi educación y no fue fácil; estudié tanto el bachillerato como la carrera en escuelas y universidad pública, pero eso me ayudó a conocer las difíciles situaciones que afrontan los demás, y el desequilibrio social que se da en Colombia, donde algunos gozan de excesivos privilegios y la mayoría padece necesidades.

SKN: ¿Cómo fue la llegada de Sincelejo a Barranquilla?

JNT: Mi padre adoraba a su hermano y nos hizo venir acá para poder estar cerca de él. Su afecto no era el de un hermano normal, sino el de un padre y actuaba como protector.

SKN: Como ha sido usted también con sus hermanos.

JNT: Sí, así también he sido yo. Yo tengo unos hermanos insuperables. Los mejores del mundo. Les debo muchísimo porque casi todos se sacrificaron para que yo pudiera trabajar. Mi hermano mayor, que murió hace mucho, era un ser de una excepcional ternura y de una inteligencia extraordinaria.

Dios y el destino nos trajeron a Barranquilla. Aquí forjé todo y tengo una familia bella. Mi esposa Yolanda es una mujer excelente: es la mejor madre y esposa y me ha acompañado 50 años en mi recorrido por el desierto, el oasis y todos los sitios donde nos ha puesto Dios. Me encontré también a otra familia que quiero y respeto: toda esa gente que me ha acompañado durante más de 35 años. Tengo hasta terceras generaciones al lado mío. Es muy hermoso ver en las reuniones a los hijos de Juana Manotas de Hayazo, de Matilde Colina de Fortich, de Gloria Ortiz de González, de Aurora García de León, mujeres hermosas y batalladoras que siempre me han acompañado. Algunas de ellas asisten en silla de ruedas a mis reuniones. Eso me llena de fortaleza, y apabulla a quienes padecen de una enfermedad muy grave que se llama envidia.

SKN: Usted es descendiente de libaneses.

JNT: Y a mucha honra.

SKN: ¿Qué tendría de colombiano y qué de árabe?

JNT: Soy colombiano de nacimiento de afecto y de amor, pero no niego para nada mi ancestro de raíces libanesas y árabes. Siendo Presidente del Congreso tuve la más bella oportunidad de mi vida: fui invitado por varios presidentes de países árabes para conocer la tierra de mis antepasados, su cultura, su régimen político y para establecer un acercamiento con Colombia. Al Medio Oriente fui como hijo de una raza que le ha dado al mundo tantas cosas positivas, como las matemáticas, la medicina, la arquitectura. En ese viaje entendí que mundo gira alrededor del diálogo, del respeto y de la comprensión. Tuve el honor de sentarme con Yasser Arafat durante seis horas, en Túnez, le oí cosas sabias y conocí al gigante de la guerra y de la paz; de la guerra justa para defender los derechos civiles, y el hombre enamorado de la paz para vivirla después de que se le reconozcan sus derechos. Estuve en Siria; estuve en el Líbano en plena guerra, cuando el avión de la TUA estaba secuestrado en el aeropuerto de Beirut. Primero me recibió el presidente de la Asamblea Constituyente, que era musulmán, después me recibió el joven presidente cristiano. Lo más bello fue el acto que realizó el Sheikh Kassem Karawi en el Valle del Bekaa, donde asistieron 400 libaneses de todas las religiones; incluso de los sectores en pugna que llegaban y recostaban a la pared sus ametralladoras para estar un rato en paz escuchando a un colombiano que quiere al Líbano. Cuando dije que en cada pedacito de Colombia rezábamos por la paz de la tierra de mis abuelos, y mi yerno Talel Karawi lo tradujo, se produjo un murmullo de felicidad y de alegría. Después recibí 800 besos, uno de cada cachete. Al Sheikh Kassem lo rodearon maronitas, chiitas, sunitas, ortodoxos. Todas las religiones estaban en la mesa. Eso es un honor que muy pocas personas pueden recibir.

Culminé el viaje con una audiencia personal que me dio el santo padre Juan Pablo II. En mi opinión, es el personaje más hermoso de todos los tiempos. Hablaba un español dulce y bello. Le dijo a mi esposa: “Tú eres tramposa o no sabes leer porque ahí dice que no se pueden pedir bendiciones y tú traes de todo”. Ella le contestó que no iba a pedirle que bendijera nada, que ella solo quería que las cosas estuvieran cerca de él. Él se rió y le dijo: “Bueno, te voy a castigar porque las voy a bendecir”. Y sacó los rosarios, los escapularios y los bendijo. Yo le dije: “Santidad, eso lo íbamos a regalar a los amigos, ahora con su bendición lo vamos a vender”. Lo bello fue que a los nueve meses de haber estado en el Vaticano, el Santísimo Padre estuvo en Colombia y regresó a Italia por Barranquilla. Yo rompí todos los cordones de seguridad para llegar a él, quien al verme sonrió y me dijo: “Excelencia”. Yo le dije: “Santidad, yo no podía dejarlo ir sin apretarle sus manos”.

SKN: ¿Qué es lo positivo de ser un colombo-árabe?

JNT: El Líbano es uno de los países más ilustres y educados del Medio Oriente. Sin embargo, tengo que hacer una crítica a mis paisanos: no han entendido la importancia que tienen sus relaciones con el mundo occidental donde grandes personajes árabes han tenido protagonismo. Hemos tenido ex presidentes en Argentina, en México, en Brasil, en Colombia, sin embargo, los países árabes tienen más relaciones con países inamistosos que con países latinoamericanos donde se le rinde afecto a la causa árabe.

SKN: Podría ser eso el lado negativo de los colombo-árabes.

JNT: Las tres o cuatro últimas generaciones no se preocuparon por enseñar a sus hijos el árabe. En mi familia que es la Name Chadid, la Name Terán y, finalmente, la Name Cardozo, sólo mi hija Mónica habla árabe y eso porque se casó con un libanés. La enseñanza del idioma es algo que, sin duda, hay que fomentar.

SKN: ¿Cómo se inició en la política?

JNT: Quien vive escuchando de política en su familia termina o alejándose radicalmente de ella o metido hasta el cuello, como me pasó a mí. Mi padre era jefe del Partido Liberal en las sabanas de Bolívar. Tuve un tío, llamado igual que yo, José Antonio Name Chadid, que a los 29 años fue Senador de la República. Todo eso me influyó mucho y también el liderazgo que tenía en la universidad en el período de la dictadura militar. El doctor Laureano Gómez regresó de su exilio por Barranquilla y se le hizo una manifestación en el Paseo de Bolívar. Los oradores fueron Alberto Lleras Camargo; Augusto Ramírez Moreno —quien formaba con los otros cinco mejores oradores que tenía Colombia el grupo llamado Los Leopardos—; mi amantísimo profesor Eduardo Marino, y yo. Hablamos ante 80 mil personas que se congregaron para homenajear al doctor Laureano Gómez, que llegaba a instaurar con Alberto Lleras el Frente Nacional. Así nació mi vida política.

Llegué de 22 años a la Asamblea del Atlántico donde fui presidente. Me decían ‘El Benjamín’, porque era el menor. Todos mis compañeros eran excelentes personas y me doblaban o triplicaban la edad. Hay una anécdota muy bella de ese período: se me iba a vencer el periodo como presidente y un gran personaje, un educador insigne del Partido Conservador, llamado Fernando Hoyos Ripoll, presentó una proposición firmada por los otros 15 diputados aplazando la elección de presidente para que yo me pudiera casar siendo presidente de la asamblea. Tuvieron un gesto todavía más bello, que probablemente si ocurriera hoy sería un escándalo: hicieron una nómina de dos días y cada uno me dio esos días de su sueldo como regalo de bodas. Tengo muy gratos recuerdos de ese período.

Entonces yo era estudiante de segundo año de derecho en la Universidad del Atlántico y me tocaba levantarme a las cinco de la mañana para llegar a las seis menos cuarto a la primera clase. El trayecto de mi casa a la universidad lo hacía caminando, todos los días. Tuve la fortuna y el honor de ser, al mismo tiempo, diputado y primer representante de los estudiantes en el Consejo Superior de la universidad. Con esos dos logros me gané la animadversión de muchas personas.

SKN: ¿Vivió momentos difíciles en esa época de beligerancia política?

JNT: Yo ejercía la militancia del oficialismo del Partido Liberal. Tenía profesores que eran liberales, o militaban en la disidencia del partido o eran conservadores. En la política, en ocasiones, el respeto deja de ser la norma y las relaciones entre los seres humanos se rigen por intereses egoístas, así que no fue fácil. Por ejemplo, me tocó recibir clases de una persona que manifestaba públicamente la antipatía que me tenía. Un día me presenté a un examen oral y cuando ingresé al salón donde estaban los demás estudiantes me dijo: “No se siente. Yo le voy a poner la nota que usted necesite para no tener que verlo más en clase”. Yo le dije que me pusiera entonces la nota que necesitaba para tampoco tenerlo que ver más como profesor. Esa persona fue por largos años enemigo político mío y nunca dio razones ni argumentos, sino el increíble odio político y el radicalismo que él profesaba. Con otro profesor me pasó algo similar. Todas las mañanas, cuando yo caminaba para la universidad, él pasaba a mi lado en su carro y jamás me paró para llevarme. Cuando yo llegaba dos minutos tarde después de él haber pasado lista no me quitaba la falla. Un día me hizo un examen de derecho de familia, en donde a Rodrigo Noguera Barreneche le tocó ser jurado. Noguera era un ilustre intelectual, jurista, matemático, un hombre fuera de serie por su calidad humana. A los demás estudiantes, el profesor les había hecho cuatro o cinco preguntas; a mí me hizo 14. En ese momento el doctor Noguera le dijo: “Ilustre compañero, desde ya observo una prevención con el joven Name. ¿Qué intención tienes?”. Mi profesor contestó que lo que quería era demostrar que yo era un pésimo estudiante y un gran ausentista, por llegar tarde a clase. Por sugerencia de Noguera, no se procedió igual que con mis compañeros, quienes debían retirarse para que los docentes pusieran la calificación. La discusión sobre la nota que me merecía se hizo conmigo: mientras el doctor Noguera consideraba que yo merecía un 5.0, mi profesor pensaba que me debían poner un 2.0. Cada uno hizo concesiones: mi profesor me aumentó a 2.8 y Noguera me bajó a 4.7. Como no lograban ponerse de acuerdo, el docente propuso ponerme la nota que necesitaba para pasar, a lo que Noguera contestó: “Bueno, vamos a ponerle la nota que necesita para pasar y dos décimas más para que no pase raspando como tú quieres”. Con el correr del tiempo me enteré de que su animadversión se debía a que cuando yo era miembro del Consejo Superior de la universidad, él quería ser decano. Yo propuse a Gonzalo González Fernández, que era jurista y profesor de literatura, y además tenía una columna de uso correcto del lenguaje en El Espectador. Yo no lo hice en contra de él, sino a favor del doctor González, pues lo consideraba la persona idónea para el puesto. Después Dios me ayudó a ayudar a mi profesor. Él era un gran jurista y un abogado respetabilísimo, pero vivía lleno de odios. Cuando salió de la universidad le conseguí una asesoría externa para que pudiera subsistir. Así le pude demostrar mi nobleza y que nunca guardé odio por él.

SKN: A lo largo de su vida política ha ocupado puestos importantes y siempre se ha identificado con las causas sociales. ¿Cuáles son sus mayores logros?

JNT: Fundé el Colegio Juan Victoriano Padilla de Juan de Acosta; el San Luis Beltrán de Manatí; el San Pablo de Polo Nuevo; el colombo-alemán del Sena; la Escuela Oriental de Palmar; el Carlos Meisel de Barranquilla; el Sofía Camargo de Lleras de Barranquilla. Fui el promotor en ese entonces de la Universidad del Atlántico. Soy el creador de la Estampilla Prociudadela con la que se construyó en Barranquilla la más grande y mejor ciudadela universitaria de Colombia, que es exclusivamente para los sectores sociales de los estratos bajos.

La educación y la salud realmente fueron siempre mis fortalezas y mis mayores preocupaciones. Cuando estaba en el Congreso fui el autor del IVA social. El gobierno quería aumentar el IVA del 14 al 16, y yo conseguí que 70 senadores firmaran una propuesta aceptando el aumento, pero proponiendo la utilización de los dos puntos nuevos y medio viejo exclusivamente para inversión social con destinación específica. Con eso se lograron cosas tan importantes como condonar 4,5 millones que 39 mil pequeños caficultores debían al Fondo de Café; condonar la deuda que 7 mil pequeños bananeros tenían con la Caja Agraria; se operaron 14.000 niños de cardiopatía congénita; se atendieron 400.000 adultos mayores; se les dio una pequeña remuneración a las madres sustitutas que orientaban los pequeños jardines del Bienestar Familiar; se logró mantener a los hospitales de primer nivel con esos recursos; se ayudó al sector rural. Lamentablemente, el gobierno del doctor Misael Pastrana derogó la norma. Yo traté de revivirla no como ley, sino como acto legislativo. Pasó los siete primeros debates y la hundieron en el octavo. Uno de mis compañeros del Atlántico se prestó para que se vencieran los términos y no se pudiera aprobar, como si hubiera sido un castigo para mí. Los que perdieron fueron millones de colombianos, debido a que esos recursos, además de llegar a las personas más desfavorecidas, estaban destinados también para los resguardos indígenas y las minorías étnicas para que tuvieran posibilidades de educación, salud y vivienda.

SKN: Ese fue, entonces, uno de los momentos más difíciles de su carrera política. ¿Cuál fue el momento más grato?

JNT: Tuve muchos momentos felices. El que más me marcó fue cuando, como Ministro de Trabajo, me correspondía ser miembro de la Junta Directiva del Bienestar Familiar. La primera dama en ese entonces, doña Carolina de Barco, le pidió excusas a quien le correspondía presidir y me pidió a mí que presidiera los consejos. En esa época aprobamos, en contra de la voluntad de los ministros de Hacienda y de Planeación Nacional, los hogares que hoy existen del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, en donde se protege a todos esos niños que lo necesitan y se aprobó la protección jurídica de los menores. Ese fue un logro que me llenó de alegría el alma y me puso en paz con Dios. Sé que muchos niños en Colombia tienen hoy posibilidades de estudiar y de vivir en condiciones dignas, gracias a esa decisión.

Hay otro momento maravilloso. Aquí existió un médico extraordinariamente preocupado por los niños y por la salud, el doctor Christian Visbal. En Barranquilla se morían 200 o 250 niños de gastroenteritis todos los años. Los niños de los barrios marginales se mueren de gastroenteritis por la deshidratación fulminante, al tener una constante diarrea que desequilibra los electrolitos, pierden sodio, potasio. Era muy triste ver filas de cajitas traídas por niños de los barrios más pobres a enterar a otros niños de tres, ocho meses, un año. A los niños enfermos había que mandarlos en un avión a Bogotá para que fueran tratados. Yo seguí el trabajo de él y fundamos una Central de Hidratación donde se atendía a los niños, y luego se convirtió en Hospital Pediátrico de Barranquilla, que actualmente tiene más de 200 camas para los niños. Cuando hoy en día se muere un niño de gastroenteritis hay un escándalo.

SKN: ¿Qué le falta por hacer?

JNT: Quise dar la pelea y convertir el Hospital Pediátrico en un centro materno infantil especializado en cardiopatías. Quiero que los niños que nacen con el paladar hendido y el labio leporino puedan sonreír con una simple operación. Quiero que los niños que nacían con discapacidad en sus miembros inferiores puedan ser operados para que tengan la posibilidad de patear una pelota y jugar fútbol. Desgraciadamente, el egoísmo, la envidia, la pequeñez de mucha gente han sido obstáculos para que no se desarrollaran estas obras. Yo espero que Dios nos ayude en el futuro.

SKN: ¿Qué no saben sus contradictores de usted?

JNT: Me siento muy orgulloso porque siempre he estado al lado de la gente más humilde y de los desprotegidos. Todo lo he hecho por ellos, porque mi vocación fue esa. Sé que mucha gente me tiene afecto y respeto, y me duele que algunos, sin razón alguna, me tengan animadversión y prevenciones. Cuando fui presidente del Congreso en 1985, senadores como Luis Carlos Galán, Augusto Espinosa, Gerardo Molina, firmaron, el día que entregué mi cargo, una notación de reconocimiento a mi gestión; jamás me abrieron un pliego de cargos en la Procuraduría; cuando fui Ministro del Trabajo todas las centrales obreras pidieron que no me fuera; cuando presidí en dos ocasiones la dirección del Partido Liberal se publicaron editoriales en diversos periódicos que hablaban de mi prudencia y buen manejo. Mucha gente cree que yo nací siendo senador, pero están muy equivocados: fui maestro de 90 niños; fui operario clasificado en la Refinería de Mamonal en Cartagena; ejercí como visitador médico; fui vendedor de electrodomésticos; inspector de precios; jefe de instrucción criminal del Atlántico. Nadie puede decir que cometí un desafuero. Me tranquiliza que mis nietos puedan tener la frente en alto, y que cuando escuchen afirmaciones ofensivas sobre su abuelo sepan que jamás he pisado una inspección de policía, que no estuve involucrado en el Proceso 8.000, ni con paramilitares, ni en farcpolítica, ni en el recibo de notarías y contraprestaciones. De mí siempre han hablado, y muchos periodistas lanudos creen que tienen derecho a decir injurias sobre mí. Siempre he hecho las cosas de la manera correcta y honesta y no soy lacayo de nadie.

martes, 7 de diciembre de 2010

La voz de la experiencia



Jorge Cura Amar es chileno de nacimiento, colombiano por adopción y palestino de corazón. Ha logrado hacer una prominente carrera en el periodismo y se siente un afortunado por poder ejercer el oficio que lo apasiona desde niño. Vive en Barranquilla, pero afirma que carece de la alegría de los costeños. Tiene dos hijas que no han logrado sentir la sangre árabe, como él. Ha realizado innumerables viajes al Medio Oriente y afirma que aunque ponga en riesgo su vida, no dejará de viajar allí. La Emisora Atlántico es su trinchera, desde la que aboga por lo que cree que es correcto. Cree firmemente en la causa palestina y es un fuerte crítico de Israel y del gobierno estadounidense. Él siente que la oportunidad de conocer la tierra de sus antepasados y vivir de primera mano el conflicto le ha otorgado la experiencia que lo ha llevado a consolidarse como uno de los grandes periodistas de la región Caribe.

Shadya Karawi Name: ¿Quién es Jorge Cura?

Jorge Cura: Soy una persona común y corriente, enamorada intensamente de su trabajo. Nací en chile y a los 18 años me vine a Colombia. Me casé y tengo dos hijas. Siempre quise ser periodista, y empecé en el oficio a los ocho años. Mi satisfacción más grande es que en mi vida he hecho lo que he querido hacer. Soy un agradecido con Dios por todas las cosas que me ha dado.

SKN: ¿Cómo empezó en el periodismo a los ocho años?

JC: Cuando yo estaba en el colegio, había un periódico chileno que publicaba una separata llamada Icarito. Era una revista que salía los miércoles y era para niños. En una ocasión, a los señores del periódico se les ocurrió buscar reporteros en todo Chile. Uno debía mandar un artículo sobre el tema que quisiera y ellos seleccionaban los publicables. Uno de los días más felices de mi vida fue cuando abrí el periódico y salió mi artículo. Así quedé como corresponsal de Icarito para San Felipe. El artículo lo pusieron en la cartelera del colegio y yo me creía lo máximo. Yo escribía versos, poesías, pero cuando pusieron ese artículo ahí se me llenó el corazón.

SKN: ¿Cómo se dio su llegada a Colombia?

JC: Mis tíos llegaron primero en el año 73 por el golpe militar en Chile. Cuando yo tenía 17 años me preguntaron que si quería venir a Colombia. En ese entonces yo tenía mi prueba de actitud académica, que me permitía estudiar educación física, otra de mis pasiones. Mi tío habló en la Universidad Autónoma del Caribe y ahí estudié.

SKN: ¿Y sus inicios en el periodismo en Barranquilla?

JC: Mi primer contacto fue con Jaime Jiménez, un periodista muy conocido en Barranquilla. Él tenía una emisora que se llamaba Onda Nueva y ahí comencé a hacer prácticas. Trabajaba desde que salía del colegio hasta la noche y los fines de semana. Con él aprendí mucho porque es un tipo muy audaz, y tiene un excelente manejo del micrófono. Yo tenía un programa de tres horas en la tarde y un resumen de noticias por la noche. Después de esa gran escuela entré a un noticiero de televisión. Ahí hice unas pruebas y el primer fin de semana que empecé me pasaron tres informes. Luego seguí con 24 horas, que fue uno de los grandes noticieros de la televisión colombiana, en donde trabajé con Mauricio Gómez, Jorge Ortiz, María Isabel Rueda. Después, en la radio tuve mi propio noticiero radial en Universal. Ahí empecé como director, para terminar en Olímpica, donde llevo más de 24 años.

SKN: Cuénteme sobre sus ancestros árabes.

JC: Mis abuelos son de Betyala, Palestina. Mi abuelo Nicolás llegó en 1915 al puerto de Valparaíso y allí conoció a mi abuelita. Eran primos hermanos. Al llegar, mi abuelo no sabía hablar español y cuando le preguntaban por su apellido lo único que decía es que iba a vivir a la casa del cura. Entonces, el del registro lo puso como Cura, pero nuestro apellido es Masu Amar. Para mí, esa gente que llegó eran héroes. Llegar aquí, venirse de esas tierras tan lejanas para ver qué encontraban, sin poder hablar el idioma. Ellos salieron adelante. El abuelo fue comerciante, como casi todos esos árabes.

SKN: ¿Qué vendía?

JC: Telas, comestibles. Se volvió un negocio muy próspero. Luego vino la segunda generación con mis tíos, uno de los cuales era muy bueno para los negocios. Tenían un emporio, una fábrica de licores que todavía funciona en Chile. Yo me vine porque no quería ser comerciante ni andar vendiendo cosas. Tuve problemas con mi tío, que era como mi papá. Yo estaba trabajando con él y nunca aceptó que me viniera, tanto así que en una comida familiar dijo: “Déjenlo que se vaya; en un mes está de regreso”. Pasé muchas necesidades, pero me acordaba de eso y me decía a mí mismo que no podía regresar. Adopté a Colombia como mi patria.

SKN: ¿Por qué decidieron sus abuelos radicarse en Chile?

JC: El barco llegó a Valparaíso con muchos otros árabes, sobre todo palestinos. Es tan importante la colonia palestina en Chile que hay un equipo de fútbol llamado Palestino, que está en primera división. También está el Club Palestino de Santiago y yo me acuerdo que todos los veranos íbamos a las olimpiadas de la colonia. Ahí llegaban a jugar palestinos de Antofagasta, de Arica, de Punta Arena. Recuerdo que participé en un torneo de ping pong y quedé de tercero. Era una cosa muy bonita porque era un reencuentro de toda la familia palestina que estaba regada a lo largo de Chile.

SKN: ¿De qué forma les transmitieron la cultura y las costumbres árabes?

JC: Aunque nos transmitieron muchas cosas, se les quedó lo más importante que es el idioma. Yo tengo la teoría de que el mundo árabe debió haber sido mucho más grande de lo que es hoy en día, pero le faltó lo mismo que le faltó a mis abuelos. Los árabes estuvieron 600 años en España, pero nunca obligaron a los españoles a manejar su idioma. Los españoles, en cambio, vinieron a América Latina y lo primero que le impusieron a los indios fue el idioma; igual los ingleses, cuando llegaron a Estados Unidos; los portugueses a Brasil. Si los árabes hubieran impuesto su idioma en aquella época, cuando dominaron toda Europa, la geopolítica hoy sería muy diferente.

SKN: Cuenta que sus abuelos jamás les enseñaron el idioma. ¿Se ha interesado por aprenderlo?

JC: Muy poco. Yo he sido malo pa’ los idiomas. Me he costado el inglés. He sido el gran responsable de mi propio fracaso, lo admito.

SKN: ¿Qué tiene de colombiano y qué de árabe?

JC: De colombiano tengo muy poco porque me falta la alegría de los colombianos. Soy muy reservado, muy seco, muy rígido. El colombiano es descomplicado. Soy muy organizado, me gusta que las cosas se hagan a la hora que son. En cambio tengo mucho de árabe. El árabe es un hombre muy trabajador, lo que se propone lo busca y lo consigue a pesar de las dificultades. Creo que de chileno sí tengo más, porque el chileno es como apagado, serio y trabajador. No digo que los colombianos no sean trabajadores, pero tienen una manera especial de combinar la alegría con el trabajo. Yo no he podido tener esa compenetración con la música, con el aspecto cultural, con el carnaval. A todas esas cosas les huyo un poquito.

SKN: Usted ha realizado muchos viajes por el Medio Oriente. ¿Cómo se despertó esa inquietud por el mundo árabe?

JC: Yo he ido porque tengo la llama aquí dentro. Mi primer sueño era conocer el mundo árabe. Al primer país árabe que viajé fue al Líbano, en 1991, cuando estaba terminando la guerra. Recuerdo que cuando estuve allá todavía sonaban unos cuantos disparos en la zona verde. Todo estaba destruido. Lo que hoy es el Solidere eran escombros. Recuerdo que al Holiday Inn, en el centro de Beirut, le metieron una bomba desde el techo: uno se metía a los escombros y miraba hacia arriba y podía ver el cielo. Vi cosas impresionantes en el Líbano. Estando allá yo me sentía identificado con el aire, con el ambiente y cuando me fui prometí volver. De hecho, he regresado ocho veces.

Mi segundo viaje fue a Palestina y mi deseo fue conocer Betyala. Allá entrevisté a Arafat y yo le decía que teníamos algún parentesco porque Arafat es su nombre de guerra, su verdadero nombre era Abu Amar. Terminamos mamándonos gallo: Yo soy primo tuyo, somos parientes lejanos, tenemos la misma sangre”. Después fui a Irak, cuando estaba vivo Saddam Hussein. Mi último viaje fue a Afganistán. Estuve en la Revolución Verde de Kadafi. Recorrí todos los países del norte de África: Marruecos, Túnez, Libia, Egipto, Golfo Pérsico. Estuve en Dubai, en Qatar. También fui a Siria, que me encantó. Además de Palestina, yo creo que donde me siento más identificado es en Siria porque ahí las costumbres del mundo árabe están vivas. Tú vas a algunos sitios del Líbano y la cultura árabe parece que no existiera. Te sientes en Miami por la música, la vestimenta y los lugares.

A pesar de todos los problemas del mundo árabe, yo lo defiendo. Escribí un artículo en la revista Semana que me ganó la enemistad de todos los judíos de Colombia. Me citaron en el Club Hebreo y fui con mucho gusto porque yo le doy la cara al que sea. Estaban un rabino, el señor Jaime Eismand y dos tipos más. Me dijeron: “Mira Jorge, nosotros no queremos que tú traigas la guerra a Colombia”. Yo les dije que yo no había traído la guerra a Colombia, sino la verdad. Les dije: “Quisiera saber una sola cosa para seguir hablando porque aquí no nos vamos a poner a pelear: ¿alguno de ustedes ha estado en los territorios palestinos?” Todos dijeron que no. Les dije que no teníamos nada de qué hablar. Yo conozco donde están ustedes y conozco como tienen a los palestinos como unos animales, metidos en unos ghetos de la misma forma como Hitler tenía a los judíos en la Segunda Guerra Mundial. Yo les sugiero que vayan y vean cómo está el pueblo palestino que era dueño de la tierra y ahora no tiene nada. Viven como animales en corrales. Entérense bien, vayan allá y después hablamos otra vez. Ustedes no tienen la autoridad para hablar conmigo”. Mira, yo sí conozco como está Israel; es un paraíso apoyado por los americanos. Un judío vive perfecto. Ahora un palestino se inmola en una calle de Israel y CNN y el resto del mundo arma un rollo. El ejército israelí va a Palestina y mata a 15 o a 20 y sale una nota breve en un noticiero de televisión. Eso no es justo y por eso lo denuncio en la emisora, por eso me quieren tanto.

SKN: ¿Qué siente al ver la tierra de sus antepasados en esa situación?

JC: Me produce una tristeza muy grande. Estuve en los campamentos de los palestinos en Shabra y Shatila en 1991, donde hubo la masacre en el Líbano en 1982. Eso es terrible. Cuando fui no había hombres porque los habían matado a todos: los sacaban de sus casas y les metían tiros en la cabeza delante de sus hijos y de sus mujeres. A mí no me pueden echar cuentos. Yo he visto, yo he conocido, yo he vivido. En un viaje que hice a Israel me entrevisté con una fundación de mujeres judías que van a los Checkpoint, donde están los controles y se da la mayor violación de los derechos humanos. Ellas van a esos controles para garantizar que no maltraten y humillen a los palestinos porque cuando están ahí los soldados los dejan pasar sin problemas. Las odian en Israel porque dicen que son pro árabes. Ellas dicen: Ellos son humanos como nosotros. No queremos que la tragedia de los nazis se vuelva a repetir, nosotros no podemos lastimar a las personas, y ustedes lastiman a la gente”. Son unas mujeres valientes, porque los judíos las atacan, les niegan el empleo a sus hijos. Yo hablé con cuatro de esas mujeres, y me reuní con ellas escondido; cambié de carro como dos veces para poder llegar donde estaban ellas porque me estaban siguiendo. Después de entrevistar a Arafat, me pusieron unos perros para que me siguieran todo el tiempo, entonces salir de Israel fue una locura. Cuando entré me armaron todos los rollos que tú quieras, y cuando salí tuve que llevar las cintas al Ministerio del Interior para que las revisaran y sellaran. Afortunadamente, no vieron la entrevista de Arafat. Ellos revisaron dos casetes y después los sellaron, entonces en el aeropuerto no los podían abrir.

SKN: ¿Qué hubiera pasado si ellos hubieran visto ese material?

JC: Lo retienen.

SKN: Una forma de censura.

JC: Sí, en Israel la censura es total. Tú no puedes transmitir nada que no tenga que ver con lo que ellos están haciendo. Cualquier periodista que no sea americano tiene problemas. A los periodistas europeos les hacen la guerra, no les consiguen las citas, les dañan las cosas, les roban el material, se les meten al hotel. Hacen barbaridades.

SKN: En Occidente son principalmente los medios de comunicación y muchos periodistas lo que se han encargado de satanizar al mundo árabe y al Islam.

JC: Yo creo que eso ha ido cambiando poco a poco porque la gente tiene más información. Obviamente, el Islam estaba satanizado desde septiembre de 2001, cuando tumbaron las torres gemelas de Nueva York. Se dio una persecución terrible, como los casos de gente inocente que sin tener nada que ver con Al Qaeda está encerrada en Guantánamo. Ahí se violaron todos los derechos humanos, pero yo creo que la gente ha entendido el problema palestino. Los israelíes han perdido mucho en el campo de la información; ese atentado que cometieron en Gaza el año pasado fue brutal. La Corte Penal Internacional está llamando a todos los generales judíos para condenarlos. Además del señor Sharom, que mató a los palestinos en Shabra y Shatila, ahora están Benjamín Netanyahu y Ehud Barack que es un criminal de los más perversos. Los van a llamar a indagar y tienen que ser condenados como criminales de guerra, aunque nunca van a salir de su país, pero al menos llevarán el rótulo de criminales.

Yo lo digo siempre en la emisora y me importa un carajo que me quiten la visa: George Bush es un criminal de guerra y lo he dicho miles de veces. Lo de Irak no tiene nombre. Yo no defiendo a Saddam Hussein, pero te aseguro que si no se hubiera cometido la invasión, Saddam hubiera salido por alguna otra causa y el pueblo iraquí hubiera resuelto su problema. Nadie puede ir a meterse en los asuntos internos de un país y está demostrado hasta la saciedad que Irak no tenía absolutamente nada que ver con los atentados de Estados Unidos ni con armas químicas. Todo se lo inventaron; y ahora están haciendo lo mismo con Irán.

SKN: ¿Qué de la cultura árabe se mantiene en su casa?

JC: En mi casa la comida árabe es fundamental. También tengo muchos objetos árabes. Enrique Yidi me hizo una pieza artesanal en nácar muy bonita. Todo lo que está en el baño social lo traje de Marruecos, desde el lavamanos. En la sala tengo una lámpara árabe preciosa, que también compré en Marruecos y alfombras de Egipto. Tengo fotos de Arafat y de todos los recorridos que he hecho.

SKN: ¿Ha logrado transmitirles a sus hijas el amor por lo árabe?

JC: A mí me ha ido muy mal. Incluso tengo una gran decepción porque mi hija mayor es gringa total: estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Ohio y es republicana. Yo respeto su posición, pero me da muy duro porque ella apoya a Bush; se va a la Casa Blanca con pancartas a echarle vainas a Obama; ahora se va a Londres a una convención del Partido Republicano. La chiquita es distinta y quiere ir a los países árabes. Estudia música en la Javeriana, y le encanta escuchar la música árabe que le traigo.

SKN: ¿Cuál sería el lado positivo de ser un colombo-árabe?

JC: Sin duda, la forma de ser. A mí lo que más me gusta es la hospitalidad. Tú llegas al mundo árabe y todo es amor, cariño, fraternidad. El núcleo familiar se mantiene muy fuerte, mientras que en Occidente, la familia se pierde cada día más. En los países árabes tiene una relevancia más grande y arraigos culturales fuertes. Un papa árabe siempre quiere estar con su hijo, amarlo. Eso del cariño del amor filial no se ve en Occidente y para mi es algo que me llega mucho. Al mundo árabe lo han tratado de satanizar por la violencia y no hay gente más pacífica en el mundo. Ojalá muchos occidentales pudieran visitar un pueblo del mundo árabe y meterse en sus calles. Llegas, te atienden bien y preguntan por ti y tu familia. En un pueblo de Estados Unidos, en cambio, nadie te quiere ver, nadie te saluda, nadie te da la mano, todos son muy personalistas, no hay la integración, el cariño.

SKN: Es muy crítico con los americanos...

JC: No con los americanos, pero sus gobernantes han sido un desastre. Yo no creo que Israel sea un satélite de Estados Unidos, creo más bien que Estados Unidos es un satélite de Israel, y todo por los intereses económicos. Los grandes capitales de Estados Unidos son judíos: la banca, las joyas. Debido a esa relación de poder, el gobierno estadounidense no ve con ojos objetivos el problema palestino. Palestina debería existir como existe el estado judío.

SKN: ¿Qué sería entonces lo negativo de ser un colombo-árabe?

JC: Yo no le veo nada de negativo. Me siento feliz y orgulloso de serlo.

SKN: ¿Qué le falta por contar?

JC: Muchas cosas porque creo que todavía estoy muy joven y puedo viajar mucho más. Quiero conocer Irán, Arabia Saudita. Tuve la fortuna de conocer a Afganistán porque he sido el único periodista latino que ha ido a cubrir el conflicto.

SKN: ¿Cómo logró ser el único periodista latino en trabajar en Afganistán?

JC: Fregando, fregando, fregando, hasta que le saqué la piedra a un tipo allá en Washington y me dio la visa. Además, tenía un amigo colombiano que estaba trabajando en las Naciones Unidas allá, quien me sirvió de contacto y se responsabilizó por mi seguridad. Fueron seis meses de ‘camello’.

SKN: ¿Cuál es el legado que deja Jorge Cura como colombo-árabe?

JC: Yo estoy luchando desde mi trinchera por esto. Es una trinchera chiquitica que se hace sentir en una pequeña parte de este planeta, pero aprovecho el poco espacio que tengo. Creo que ese es mi acto de fe, de responsabilidad con mi gente y mis antepasados.