lunes, 8 de noviembre de 2010

El amor por dos mundos


Talel Cassem Karawi tiene 58 años y desde hace 38 vive en Colombia. Nació en un pueblo pequeño llamado Karaoun, ubicado en el Valle del Bekaa, Líbano. Con miras a buscar un futuro más próspero emigró de su país natal cuando apenas entraba a la adultez. Vivió en Brasil y en Venezuela, pero fueron los colombianos quienes se ganaron su corazón. Particularmente Mónica Name, una barranquillera, también hija de descendientes libaneses, y con quien tuvo tres hijos.

Desde su llegada, él, que además es el Cónsul de Siria en Colombia desde hace 20 años, se ha convertido en un próspero hombre de negocios: tuvo almacenes, se dedicó a la industria inmobiliaria, adquirió una agencia de viajes, un colegio y un hotel, construyó un centro comercial y planea construir otro más, y es dueño de Colinas Al Karawi, una urbanización en Puerto Colombia en donde sueña crear un espacio en donde converjan sus dos mundos: el árabe y el colombiano.

Shadya Karawi Name: ¿Quién es Talel Karawi?

Talel Karawi: Talel Karawi es uno de esos tantos inmigrantes que han llegado a Colombia en busca de un mejor futuro. A nosotros nos llaman inmigrantes, pero en la realidad somos desplazados de las guerras que se han sucedido en el Medio Oriente a través de la historia.

SKN: ¿Cómo fue su inmigración?

TK: Vine en la última inmigración, después de la guerra de Palestina y cuando comenzaba la guerra civil del Líbano. Primero llegué al Brasil. Salí a los 18 años y estuve dos años allá donde mis tíos. Tres meses después, mi tío me montó una fábrica de camisas, en donde hacía hasta 5 mil prendas al mes para terceros. Tenía trece máquinas y hacía todo el trabajo: desde cortar las camisas hasta coser los botones. A los seis meses, mi tío nos mandó a otro pariente y a mí con mercancía para Manaus, que era zona franca. Como estaba recién llegado, no hablaba el portugués. La mercancía equivalía como a 30 mil dólares de la época; vender mercancía en esa selva del Amazonas no era tan fácil y nos fue mal. Perdimos plata, mi pariente se regresó y a mí me tocó defenderme solo. Sólo nos comunicábamos por carta porque conseguir un teléfono era difícil. Después del fracaso, tomé la decisión de recoger la mercancía y reexportarla. Viajé en barco por el Río Amazonas —de Manaus hasta Belén—, para llevar la mercancía hasta un pueblo llamado Marabá. Allá vivían unos paisanos que conocía porque le compraban mercancía a mi tío. Allá no había abanicos ni aires acondicionados y para protegerse de los mosquitos se usaban anjeos en las camas.

Fue una experiencia muy tremenda, así que le vendí a mi pariente la mercancía, y me vine a Colombia donde mi hermana. Ya no quería saber más nada de Brasil. Mi tío después me vino a buscar y quería que me regresara con él, pero me gustó Colombia y me dediqué a trabajar aquí. Llegué el 5 de enero del 1972, día de mi cumpleaños. Estuve en San Andrés, con mi hermana, los primeros tres meses. Después me fui para Maicao donde mis otros tíos y ellos también me ayudaron. Monté un almacén de telas y cuando tenía apenas un mes en Maicao, uno de mis tíos me entregó un almacén lleno de mercancía y se fue a vivir al Líbano. Me tocó trabajar duro. Afortunadamente, me vine con el idioma portugués, pero el cambio fue muy fuerte: llegar de Sao Paulo, una ciudad en aquella época con14 millones de habitantes, y todas las comodidades, a vivir en Maicao, sin luz, sin agua, sin calles pavimentadas. La inseguridad también era bastante complicada. Todos los meses o cada quince días me venía a Barranquilla a desahogarme de ese ambiente de Maicao. Comencé a integrarme a Colombia, especialmente a Barranquilla. En 1975 vinieron mis dos hermanos, Issam y Alí, y empezamos a trabajar los tres en los almacenes de Maicao.

SKN: ¿Qué vendían en los almacenes?

TK: Ropa. Después, en el 77 y 78 decidimos irnos a la Isla Margarita, en Venezuela, que estaba en un momento de prosperidad económica. Buscamos una mejor vida, un mejor negocio, más seguridad. Llevamos una plata y compramos unos almacenes. Nos fue mal. A mí no me gustó Venezuela para nada; cada mes me venía a Colombia: a Barranquilla y a San Andrés. Al año me aburrí y les dije a mis hermanos que me iba. Dejé todo, compré un carro y viajé por carretera desde la isla hasta Barranquilla. Era época de carnavales. Aquí me radiqué y con mi cuñado abrí la Agencia de Viajes Chauchar.

SKN: ¿Por qué Chauchar?

TK: Porque ese es el apellido de Fauzi, mi cuñado. Después le compré su parte. Era muy duro conseguir lo de la IATA, había que trabajar con otra agencia de viaje, compartir las comisiones. Yo tenía bastante clientela y se negociaba bien con las compañías aéreas.

SKN: ¿Únicamente los paisanos compraban en su agencia?

TK: No, también otra gente. Eso es puras relaciones. Hice buena plata en ese entonces porque mucha gente viajaba al Medio Oriente.

SKN: ¿Y todavía existe la agencia de viajes?

TK: Todavía existe, pero no es como antes. Uno antes se ganaba el 10, 11% y a veces la compañía daba el 10% sobre las ventas. Con la plata que me gané en la agencia seguí ampliando mis negocios. Compré un lote enfrente de la agencia y fundé el Hotel Dos Mundos. Elegí ese nombre por mis dos mundos: el mundo árabe y el latino, el colombiano. Luego comencé a comprar y a vender carros, tierras e incursioné en el negocio inmobiliario. Compré otro lote en donde está SAO de la 93 y construí el Centro Comercial Al Karawi.

SKN: ¿Cómo fue la construcción de ese centro comercial?

TK: Fue maravilloso porque yo no tenía la plata; sólo tenía el terreno y los planos que me los fió el arquitecto Arzuza. Esos planos se los presenté a Fuad Char, dueño de la Olímpica. A él le gustó y me dijo que hablara con su hermano Habib, quien me prestó la plata para el negocio. Así construí el centro comercial. Cuando lo estaba construyendo, un vendedor me ofreció el Saint Mary School. Como estaba endeudado, le dije a varios amigos: “Oye, están vendiendo un lote bueno”, pero ninguno me hizo caso. Fui a verlo y me gustó, porque como yo no pude terminar mis estudios, siempre quise tener un colegio. Cuando vi a esos niños jugando en ese patio grande y hermoso decidí que quería comprarlo, pero no tenía la plata. Una noche dije: “Vamos a arriesgarnos pa’ver qué pasa”. Llamé al señor y le pregunté cuánto costaba. Me dijo que 500 millones, y yo le dije que revisáramos la contabilidad. Encontré que el colegio debía 220 millones. Ahí cambió la cosa. Yo tenía como 32 millones de pesos y les dije a los dueños que les compraba el colegio.

SKN: ¿En qué año fue esto?

TK: A finales de 1989. Yo les ofrecí 400 millones de pesos, ellos me pidieron 420, y yo accedí, y les ofrecí diez cheques de 25 millones cada uno y cubrí la deuda que tenían. Les entregué en el momento 30 millones de pesos que necesitaban para mandar a Estados Unidos y los cheques. Como iba a finalizar el año escolar, estaba contando con que me entrara lo de las pensiones y empecé a promocionar el colegio. Soñaba con que en este colegio se diera la integración colombo-árabe, y le cambié el nombre con la idea de integrar a más gente de la comunidad y de enseñar el idioma y el baile árabe.

SKN: ¿Qué nombre le puso?

TK: Colombo–árabe. Yo me acuerdo que cuando compramos el colegio, los alumnos que se iban a graduar llevaron a Shakira. Yo tenía una revista que se llamaba Integración Colombo-Árabe y en el primer ejemplar está la foto de Shakira, cuando no era famosa todavía.

SKN: Todas las negociaciones se basaban en la confianza que la gente le tenía…

TK: Sí, en la confianza. Además, no tenían miedo a invertir porque entonces Colombia era un país seguro para la inversión. Los primeros meses pagué la deuda con lo que entró de las pensiones. Pero la situación se empezó a poner difícil: estaba la guerra de narcotráfico y habían matado a Galán Me quedó difícil pagar los últimos cuatro cheques que sumaban como 80 millones. Un día me llamó un prestamista, que es colombo-árabe también. Me dijo, “primo, aquí me trajeron tu cheque para cambiarlo. ¿Lo puedo cambiar?”. Le dije que claro. Cuando él lo cambió descansé, porque había una cláusula de atraso en el contrato, en donde podía perder el colegio.

SKN: ¿Entonces él le hizo el favor?

TK: Hizo negocio. Cuando se venció el primer mes yo no tenía plata. Se venció el segundo y tampoco. Hasta que se vencieron todos y yo no tenía para pagar. Yo estaba haciendo 34 apartamentos y 40 o 50 locales y le se los ofrecí al prestamista. Me preguntó que cuánto costaban y le dije que quince, pero me ofreció once. Yo acepté, y él me dijo que me daba doce cheques. Me compró siete locales, en 70 y pico millones de pesos. Cuando me entregó los cheques le dije: “Vamos a hacer un negocio, dame mis cheques, y coge tus cheques”. Así salí de eso y quedamos en paz.

Cuando compré el colegio contraté un profesor de árabe. Los estudiantes bailaban y cantaban. Yo sentía que a esos colombianos la música les hierve en la sangre.

SKN: ¿La mayoría de los estudiantes eran colombianos?

TK: Sí. Allá solo había como unos diez árabes. Cuando compré el colegio quería hacerlo por lo alto, para 2.000 alumnos, pero ese lote no tenía las condiciones. En 1990 busqué un lote en la carretera hacia Puerto Colombia. Encontré uno que estaba vendiendo el Banco de Bogotá a 400 pesos el metro. Lo compré financiado por el banco. Después compré otros lotes al lado, que cambiaba por carros, por apartamentos. Todo el tiempo pensaba en mi familia. Hice una urbanización que llamé Colinas Al Karawi. Dios me guió allá porque Puerto Colombia es el alma de la inmigración, debido a que fue por ahí por donde entraron los primeros paisanos. Finalmente, mudamos el colegio para allá y ahí estuvo funcionando 10 años hasta que se lo vendí hace poco al Centro Bíblico.

La calle principal de la urbanización se llama Avenida Colombia y hay una plaza llamada Plaza Sirio-Libanesa. Dentro de esa plaza siempre soñé hacer una mezquita y una iglesia. Como hoy en día el Centro Bíblico es el dueño del colegio y yo he mantenido muy buena relación con el pastor Rafael Gómez, ellos van a construir su iglesia. Solo me faltaría hacer la mezquita. Debido a que deseo trabajar por la gente necesitada, creé la Fundación Colombo-Árabe, que es sin ánimo de lucro para ayudar a la gente de Puerto Colombia. Esa población no merece el abandono en que se encuentra. Si Dios quiere, en el futuro desarrollaré varios proyectos en esta zona, carente de infraestructura moderna.

SKN: ¿Los árabes llevan el comercio en la sangre?

TK: El comercio existe en todo el mundo, lo que pasa es que el Medio Oriente o el mundo árabe es milenario, entonces la historia del comercio se conoce desde mucho antes. Cuando los Fenicios venían hacia toda la Costa Mediterránea comerciaban. Aquí se preguntan por qué los árabes son tan exitosos en el trabajo; yo creo que es porque a uno le tocó difícil cuando llegó. Uno dejó allá a sus padres, a sus hermanos a su familia. Dejó su patria y se adaptó a una vida nueva, a nuevos amigos, y no es fácil. Entonces, uno tiene que mantenerse en lo económico para poder sobrevivir y luego para poder mandarle algo a la familia. Este caso mío es el de todo el mundo. Uno siempre se ha caracterizado por manejar bien la economía, por tratar de no gastar toda la plata. Uno ahorraba hasta armar un capital, y una vez se tuviera este consolidado seguía para adelante.

SKN: ¿Cómo reaccionaron en el Líbano cuando decidió emigrar a Latinoamérica?

TK: Fue muy difícil. La gente no sabe qué es ser inmigrante o desplazado hasta no vivirlo. Mis padres no tenían otras alternativas. La educación en el Líbano era para los privilegiados y mi papá era sheikh y se dedicaba a la religión. Había pocos recursos y era difícil entrar a estudiar a la universidad porque éramos ocho hermanos. Como comenzaba la guerra, sólo teníamos la alternativa de alistarnos en el ejército o emigrar. Como no había posibilidades de trabajo, mis padres decidieron apoyarme; les tocó duro, pero preferían que no luchara en una guerra de locos. Una guerra absurda que tildaban de religiosa, cuando en realidad era política. Los franceses dividieron al Líbano y en cada sector se practicaba una religión distinta. Afortunadamente, en el Valle del Bekaa, de donde somos nosotros, no se vivió la guerra porque mi padre y otros sacerdotes de distintas religiones se unieron e impidieron la llegada del enemigo.

SKN: ¿Cómo lo recibieron los colombianos cuando llegó?

TK: Maravillosamente. Yo me acuerdo que el 5 de enero, día de mi cumpleaños, llegué a Bogotá por primera vez. Aquí el cumpleaños es rumba y regalo, pero nosotros los árabes no lo celebramos como lo hacen en América Latina. Para mí todos los días son un cumpleaños, porque cuando amanezco Dios me está dando un día más de vida para trabajar duramente. Cuando llegué ese día eran las nueve de la noche y tenía muchas expectativas porque me habían dicho que Colombia era maravillosa y los colombianos tenían fama de ser muy amables y hospitalarios. ¿Dónde buscaba un hotel? Me tocaba viajar a las ocho de la mañana a San Andrés. Me acuerdo que en ese entonces la policía de turismo estaba presente en el aeropuerto. Uno de estos agentes me acompañó para que guardara la maleta en El Dorado. Ahí dormí mi primera noche en Colombia. Ese día hablé con mucha gente, porque cuando uno no habla bien el español, todo el mundo quiere hablarle.

SKN: ¿Cómo aprendió el idioma?

TK: Los primeros días que estuve en San Andrés, la señora Zoraida Elnesser, que en paz descanse, me dio unos cursos de español. A mí también me gustaba leer, entonces leía El Tiempo, El Heraldo, o cualquier otro periódico aunque no lo entendiera todo. Yo era chistoso hablando. A veces, en vez de decirle a un amigo, “bajó el precio del platino”, le decía: “bajó el precio del plátano”. Al agua aromática le decía agua romántica; al restaurante, desodorante y así muchas otras cosas. Hace poco vino un amigo a mi oficina y le dije: “¿Qué quiere tomar? ¿Un café? ¿Una aromática?” Me dijo, “una automática”. Le dije: “Ve, paisano, yo decía que era romántica, pero usted ya me ganó”. Es difícil aprender el idioma, pero a uno le enseñan; siendo un ‘pelao’ de 18 años, conoce amigos que comienzan a burlarse de uno y a enseñarle las vulgaridades, las palabras amorosas, y las palabras del negocio. Eso es lo que todo el mundo quiere aprender.

SKN: ¿Cómo fue conocer y enamorarse de una colombiana?

TK: Conocí a mi señora en un avión. La vi, me miró, la volví a mirar y hasta ahí. Después de un tiempo mi cuñado, Gazzy Fakih, me dijo: “Te voy a presentar a una hermana de mi novia”. Resultó siendo la niña que yo había visto en el avión. Cuando uno llega de allá, uno busca a una persona de buena familia, decente, que lo entienda a uno, que lo acepte, de buenos morales, de buenas costumbres. Cuando uno se va a casar siempre hay un choque religioso o cultural, pero el amor gana ese choque. Al principio, mis padres me decían que debía casarme con una libanesa, porque ellos tenían miedo de perder a su hijo, como ha pasado con la mayoría de las familias árabes que han venido acá. Sus hijos se quedaron y no volvieron. En el caso nuestro no es así. Yo he regresado, he llevado a mi esposa, mis padres vinieron, me casé, y comencé a llevar a mis hijos a que conocieran a sus primos, a que se familiarizaran con las costumbres.

SKN: ¿Cómo se transmite el amor por lo árabe a las próximas generaciones?

TK: No hay que metérselo con una cuchara, sino haciéndolos ver las costumbres. Que vean lo bueno y lo malo. Al principio pueden criticar, pero al final van a estudiar, van a mirar y van a palpar, a entender que la cultura árabe es la cuna de la civilización. Después de tantos viajes, los hijos ya ven diferentes a los hijos de otros amigos árabes que no han viajado. Los culpables de eso son los padres, por no enseñarles el idioma y la cultura. En el caso mío, mi esposa —por iniciativa propia— estudió y aprendió a hablar árabe. Están equivocados los que piensan que por ir allá y profundizar en la cultura van a olvidarse de Colombia. Es lo contrario. Yo recuerdo que en 1985 se realizó un congreso en Siria y había varios invitados especiales, entre los que se encontraban Juan Gossaín, Andrés Pastrana y seis parlamentarios colombianos. Uno de los oradores era argentino, descendiente árabe y le preguntó a Assad en el discurso: “¿Qué necesita de nosotros, los inmigrantes?” Cuando el presidente pronunció su discurso dijo: “Lo que yo quiero de los inmigrantes es que sean fieles a sus nuevas patrias y así pueden trabajar y unir más a la patria nueva y la patria antigua”. Eso es precisamente lo que hacemos nosotros, ser fieles. Si uno es patriota es Colombia es patriota en Líbano, patriota en Siria, patriota en Palestina.

SKN: ¿Qué tiene Talel Karawi de árabe y qué tiene de colombiano?

TK: Yo tengo más de colombiano que de árabe porque uno ya queda comprometido con este país. Uno trabaja para este país, lucha por defenderlo, invierte en él, cree en él. Ya no es fácil uno dejarlo todo y regresar a su tierra. Yo acá lo encontré todo: amigos, familia, riqueza.

Entre Colombia y el mundo árabe hay un puente humano que somos nosotros. Si Colombia hubiera invertido como Argentina o Brasil estaría vendiendo seis, siete, ocho mil millones de dólares al mundo árabe. Los gobiernos colombianos no han sabido utilizar eso. Colombia es uno de los gobiernos que siempre ha estado al lado de la causa árabe, de la causa palestina. Desde la división de Palestina en 1947, cuando era miembro de la ONU y se abstuvo de votar. Yo me siento colombiano, me siento libanés, me siento sirio.

SKN: ¿Por qué si es libanés decide ser cónsul de Siria?

TK: Los cónsules Ad Honorem se nombran por su nexo con un país, por su amor a ese país. Se identifican con ese país política, comercial, familiarmente. Yo nací árabe. El Líbano me quedaba chiquito; mi mente era más grande. Yo siempre he amado la causa árabe en general; siempre tuve buenas relaciones con el gobierno sirio y ellos tenían aquí un excelente cónsul, el doctor Issa Sabbag. Como era una persona mayor, los sirios decidieron reemplazarlo. El doctor Mohsen Bilal —hoy Ministro de Información en Siria—, era miembro del Congreso; él propuso mi nombre y fue acogido. Apenas supe, fui a hablar con Don Issa y le dije que me habían nombrado cónsul y yo no era sirio. Él me dijo: “Hijo mío, usted es el único que merece tener ese puesto”. Yo soy nacido en el Líbano, Cónsul de Siria, vivo en Colombia, pero me siento palestino. Desde que nací la causa palestina la tengo adentro: es la causa de un pueblo que lleva 60 años de lucha. Todavía no tienen tierra, viven en campos de refugiados, son masacrados. Así era mi padre. Él nos enseñó el arabismo. Era religioso pero no sectario, amaba todas las religiones y todas las culturas.

SKN: ¿Qué es lo más positivo de ser un colombo-árabe?

TK: Yo creo que lo más positivo es tener dos culturas fuertemente unidas y fortalecidas. La integración colombo-árabe es una de las integraciones que se ha dado con mayor facilidad: los árabes llegan a Europa o a África y no se integran. Colombia siempre ha sido un país amable, de gente buena, trabajadora y esa es la gente que encontró el árabe. También encontró similitudes con varias regiones del país: montañas, valle, mar, ríos. Además, la mezcla que hay hoy en día de colombo-árabes es impresionante. En Barranquilla encuentras de la Espriella Dabahe, Certain Saab, María Gerleín. Casi todas las familias están mezcladas con árabes.

SKN: ¿Qué ha sido lo difícil o doloroso de ser un colombo árabe?

TK: La soledad. Estar sin la familia. Eso es muy duro y todavía me afecta. La nostalgia. El vacío lo llenan en parte los hijos, la mujer, pero siempre queda otra parte que duele en el corazón, en el alma y en el pensamiento, que son mis padres y mis hermanos. Eso siempre me ha hecho falta y me sigue haciendo.

SKN: ¿Qué otros proyectos comerciales tiene?

TK: En este momento estamos construyendo el Centro Comercial Al Karawi Plaza. Será un complejo hotelero y comercial compuesto por un hotel de 140 habitaciones, un edificio de 100 oficinas, un centro de convenciones para salones de hasta 6 mil metros, 200 locales comerciales. Quiero hacerlo como un regalo de este inmigrante para Colombia en su bicentenario. Lo más bonito son los cerca de 1.000 empleos directos que va a generar. ¿Por qué? Yo diría que un centro comercial es la madre de varios negocios. Ahí, cada local es una empresa ya sea de ropa, de cosméticos, de zapatos. Ese almacén generaría dos, tres, cuatro empleos. Si son doscientos locales, serían doscientas empresas. Cada salón de eventos en el que se hace una reunión de matrimonio, conferencias, ferias, es también el negocio de alguien. Cada huésped que llega al hotel viene por negocio o turismo. Cada oficina pertenece a un arquitecto, a un abogado.

Lo otro que planeo hacer es la adecuación de Colinas Al Karawi porque ahora se permite más altura. El concepto de la urbanización en ese entonces era de casas, ahora es de edificios de hasta 20 pisos, con mucha zona verde y zona deportiva. Estamos pensando también en unas 500 viviendas a largo plazo. Algo que sea muy agradable.

SKN: ¿Cuál es el legado que Talel Karawi deja como colombo-árabe?

TK: El legado lo dejo en mis hijos, que son la continuación de mi vida. Todos nos vamos y dejamos una huella. Si la dejamos bien pegada en la roca no se borra tan fácil, pero si dejamos una huella en la arena, la borra el mar enseguida. La roca queda firme y la roca para mí son mis hijos. Ellos han aprendido que sus hijos conozcan su costumbre, aprendan su idioma, coman su comida, que no olviden la tierra de sus padres. Esa es la preocupación de un inmigrante. Nosotros tenemos una casa en el Karaoun. Mi papá, por mucho que quería que nos bajáramos allá, siempre nos dijo que debíamos construir. ¿Para qué? Para no perder ese legado. El día de mañana mis hijos tienen una casa. Mis hijos la tienen donde nació su abuelo, donde nació su papá. Eso amarra, eso jala. Uno puede querer a uno, dos, tres, cuatro países. Eso es lo que yo les he transmitido y ellos lo han asimilado. Sin forzarlos, aprendieron. Los hijos van aprendiendo lo bueno de allá y lo bueno de acá. No solamente mis hijos, sino también los que me han conocido, los que han trabajado conmigo, porque ellos van a continuar este proceso de integración, el desarrollo, la promoción, para fomentar el acercamiento entre las naciones.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Es sin lugar a dudas , una historia real de estos dos mundos , y el encuentro he integracion de dos culturas, plama todos los trabajos que se pasan cuando se quiere hacer patria y familia y Talen es sin lugar a dudas ungran exponente de estas culturas empotradas en la nuestra
y ya formando parte de muestra familia Barranquillera y Colombia
y si suamamos esa manera tan sutil , tan poetica tan gande como lo logra Shadya, vive uno el relato y forma parte de el , lo siente y se integra esos Dos Mundos
Mis mas sinceras felicitaciones Shadya Karawi Mame,orgullo de sus padres abuelos y parientes
Un abrazo
Allan Marriott R.

Shadya Karawi Name dijo...

Mil gracias por ese comentario tan enriquecedor. Me alegra mucho que hayas logrado sentir de cerca la maravillosa unión de estos dos mundos. Un abrazo para ti también.

Angel Caicedo dijo...

Este señor es un genio. Adelante don Karawi, no deje de lado la causa palestina!!