martes, 9 de diciembre de 2008

Recuerdos de la Guerra I

Yo, con 22 años de edad, jamás pensé que sentiría de cerca la respiración acechante y con olor a azufre de la guerra. Mis vacaciones estaban próximas a terminar. Llevaba un poco más de un mes en el Líbano, disfrutando de unas vacaciones felicísimas con mi familia. Todos los recuerdos, hasta ahí, eran de segundos disfrutados al máximo. Solo faltaba una semana para regresar a casa. Solo una semana para volver a esa Colombia que en la distancia me hace tanta falta.

El 12 de julio del 2006 el sol brillaba fuerte en el Karaoun (pueblo de mi padre, de mis abuelos y mío, muy mío). Nos faltaba terminar de hacer las últimas compras, buscar los últimos regalos para traer de vuelta y nos sobraban ganas de pasear para romper con las horas llenas de monotonía. Mi madre, mi hermana, mi prima y yo habíamos decidido ir a Zahle (ciudad cristiana, llena de comercio) en la tarde. Un poco antes de irnos, mi padre y dos de mis tíos veían televisión atentamente. Al preguntar qué pasaba, ellos me respondieron que Hezbolá había secuestrado dos soldados israelitas, para luego intercambiarlos por rehenes árabes. En esos momentos, una sonrisa algo maliciosa, debo admitir, se posó sobre nuestros labios. Esa sonrisa que surge luego de años de una lucha absurda, de un derramamiento de sangre innecesario y un rencor adquirido y guardado a lo largo del tiempo. Cuando nos disponíamos a salir de paseo mi padre se preocupó y nos advirtió: “No se vayan lejos”. Una advertencia clara debido a que él ya sabía algo que nosotras no: Israel había dado inicio al bombardeo.

Atrevidas e ingenuas, como solemos ser las mujeres en algunas ocasiones, decidimos llegar hasta Zahle, que quedaba a una hora de distancia. Recuerdo con claridad que el movimiento en la ciudad era el mismo de otros días. La gente trabajaba sin inmutarse, ni darse por enterados de lo que estaba sucediendo. Todos seguían con su rutina si imaginarse, siquiera, la pesadilla que estábamos próximos a vivir. Luego de algunas horas, sonó el celular de mi prima. Era mi padre, bastante alterado, rogándonos que nos regresáramos. Decidimos entrar a una última joyería y ahí preguntamos sobre los recientes bombardeos. Uno de los hombres solo atinó a decir: “Sí, acaban de bombardear el aeropuerto cerca de aquí”. Lo dijo con un aire tan tranquilo, que nos hizo preocuparnos. Una a una empezamos a palidecer, nos montamos en el carro y tomamos rumbo apresurado hacia el Karaoun.

Una vez ahí, llegó el regaño, bien merecido, por parte de mi padre y de mis tíos. Regaño que fue mitigado al sentarnos frente al televisor y ver las desgarradoras imágenes que aparecían ahí. Llegó la noche y dormimos. Creo que fue la última noche de esos días en la dormimos bien. Creo que lo hicimos en parte por qué no sabíamos con certeza lo que se había desatado ese día. No teníamos ni idea del infierno que serían los próximos días…

No hay comentarios: