martes, 9 de diciembre de 2008

Recuerdos de la Guerra II

foto tomada de www. warshooter. com

Al día siguiente y con el paso de los días la preocupación aumentó en desmedida. Mi tía y primos llegaron de Chtaura (otra ciudad muy cerca de Zahle). En esos días la alegría y la incertidumbre se mezclaron. La familia estaba junta, unida muy unida. Sin embargo, la preocupación era terrible. Dos de mis tíos permanecían aún en Chtaura, cada uno con sus hijos mayores. Ellos son dueños de una importante clínica y, sin ser médicos, tenían una responsabilidad grandísima con sus trabajadores y con las personas heridas que requerían su ayuda. Fue precisamente ahí, a ese hospital, adonde llegaron despojos mortales de muchos inocentes que perecieron en la guerra.

Mi prima, que se iba a casar, no puedo hacerlo en ese momento. El hermano de uno de mis tíos maternos, que visitaba el Líbano por después de mucho tiempo, sentía los bombardeos zumbándole en los oídos. Nosotros no pudimos terminar de comprar los regalos, no pudimos ir a Beirut de paseo con mis primos, no pudimos volver a dormir.

Son muchos los recuerdos borrosos que tengo de esos momentos. Recuerdo risas entrelazadas con lágrimas. Recuerdo que el miedo me tocaba el hombro y se burlaba. Recuerdo las espantosas imágenes en el televisor. Recuerdo la preocupación de mi familia materna en Colombia. Recuerdo historias terribles de jóvenes que iban por la carretera en sus carros cuando un misil les cayó encima. Recuerdo oír de los bombardeos que acababan poco a poco con ese Líbano amado que de las cenizas de guerras pasadas tuvo que resurgir. Recuerdo que no sabíamos en que momento íbamos a salir del Líbano. Recuerdo que no sabíamos por dónde íbamos a hacerlo. Recuerdo que me moría por irme pero que a la vez daba la vida por quedarme. Recuerdo claramente a mi abuelo, por que esa fue la última vez que lo que lo vi. Recuerdo tanto que a la larga, siento que no recuerdo nada. Solo fragmentos que me atropellan la memoria y que aparecen de vez en cuando y de cuando en vez.

Al cabo de unos días, decidimos salir por la frontera con Siria. En ese país, tan amado por mi padre, permaneceríamos los últimos días de estancia en el Medio Oriente. Nos despedimos de mi familia, empapados de lágrimas. Uno a uno los besé y los abracé y para mis adentros rezaba para volverlos a ver. Adiós a mis abuelos, a mis tíos, a mis tías, a mis primos, a los empleados de mis abuelos. Adiós a todos, o mejor, un hasta pronto.

El plan era el siguiente: uno de mis tíos nos llevaría hasta la frontera con Siria, con otro de ellos nos encontraríamos allá para entregarnos los pasaportes y luego un carro del gobierno Sirio nos recogería para llevarnos hasta el hotel. Parecía un plan muy sencillo de nombrar, pero terriblemente duro de vivir.

Yo no paré de llorar en todo el trayecto. Tenía miedo de dejar a mi familia allá. Tenía pavor que algo les ocurriera a mis tíos cuando se estuvieran regresando, luego de habernos dejado. Me partía el alma ver a la gente de bajos recursos en las calles, con sus colchones y maletas, esperando algún tipo de ayuda. Yo le daba gracias a Dios por ser tan afortunada y lloraba y rezaba por los que no lo son.

Esos días en Siria fueron duros. Recuerdo haber dormido mucho apenas llegamos al hotel. Recuerdo llamadas de medios de comunicación colombianos que querían saber de primera mano cómo sus compatriotas vivían el conflicto en la distancia. Recuerdo a mi padre caminando de un lado al otro buscando pasajes, para alcanzar la conexión que teníamos en Paris. Recuerdo llanto, mucho, muchísimo llanto.

Llegamos al aeropuerto de Damascos al fin. Fue desgarrador ver a la gente tirada en el suelo por qué les habían revendido los pasajes. Todos queriendo escapar de esa horrible tragedia que nos dolía a todos los árabes y a los no árabes por igual. Nosotros salimos por Teherán. Recuerdo el miedo de llegar ahí y de volar sobre Irak. Recuerdo la impotencia por que ni siquiera podíamos comprar agua. Ahí no hablaban ni árabe, ni inglés, ni español. Llegamos a París y por fin puede respirar. Abordamos un vuelo hacia Bogotá y al pisar suelo colombiano recuerdo que sonreí y mi risa se confundió con mis lágrimas. Llegamos el 20 de Julio al país, una irónica coincidencia mezclada con un grito que clamaba libertad.

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